Cuentos de La Alhambra: Leyenda del Astrólogo Árabe

En tiempos antiguos, había un rey moro en Granada llamado Aben-Habuz con una vida de pillaje y pelea en el pasado pero que ahora viéndose viejo y achacoso, sólo anhelaba la paz y la tranquilidad con sus enemigos, que por el contrario, al sentirse jóvenes, deseaban lo que el anciano rey en otro tiempo arrebató a sus padres. Dada la situación topográfica de Granada, asolaban el país en las barbas del monarca, llevándose prisioneros y grandes botines a las montañas.

Un día llegó un viejo médico árabe, Ibrahim Eben Abu Ajib, contemporáneo del profeta Mahoma, con más de 2 siglos de edad, y que había llegado peregrinando desde Egipto, sin más ayuda que un báculo lleno de jeroglíficos. El viejo sabio, poseía “El libro de la Sabiduría” que se otorgó a Adam y que fue pasando generación, tras generación, y en el que se encerraban grandes secretos, como el de la vida eterna. En poco tiempo, el galeno pasó a ser el favorito del rey, quien le ofreció su palacio para vivir, sin embargo, el anciano prefirió alojarse en una cueva, debajo del monte donde hoy se alza la Alhambra.

Estando una vez Aben-Habuz lamentándose de las invasiones de sus convecinos, el mago le contó una historia: Una diosa pagana de la antigüedad, hizo una figura con forma de carnero y encima un gayo, fundidas en bronce, que giraban sobre un eje, cuando se acercaba algún ejercito enemigo el carnero giraba y señalaba la dirección del ataque y el gayo cantaba. El rey deseaba tener semejante talismán, a cambio del mismo, le daría al mago todas las riquezas que quisiese.




El astrólogo levantó una torre en medio del palacio coronada por un moro y un caballo que giraba. En lo alto de la torre, había una sala circular con ventanas, que miraban a todas direcciones y debajo de estás, unas mesas, como una especie de tablero de ajedrez, con ejércitos liderados por el monarca, y en cada una, también había una pequeña lanza grabada con símbolos caldeos.

Una mañana, el jinete apuntaba a la Sierra de Elvira, el rey rápidamente se puso en alerta. La ventana en esa dirección estaba abierta y el rey observó como las figuras del tablero que estaba justo debajo se movían. El mago le dijo, si quieres que se retiren, dales con el asta de la lanza y si lo que quieres es sangre, pínchalos con la pica. 


Con este talismán el rey se sentía tranquilo y a cambio Abu Ajib sólo pidió hacer habitable su cueva. Lo que en principio parecía barato, en realidad no lo fue tanto, pues el anciano mago se hizo un palacio subterráneo, con todo tipo de lujo. El tesorero de Aben-Habuz se lamentaba del gasto a diario, pero la palabra del rey estaba empeñada. Un buen día la acabó y pidió por último unas bailarinas jóvenes y bellas, porque al ser viejo, se reanimaba la vejez viendo la juventud y la hermosura.

Muchos años de paz hubo en el reino, hasta que un día el guerrero apuntó a la Sierra de Guadix, sin embargo, en la mesa mágica no se movía ni un guerrero. Mandó un destacamento y lo único que encontraron fue una joven de belleza sin igual y en su cuello llevaba una lira de plata.

El viejo rey cuando la vio no salía de su asombro ante tanta belleza y al preguntarla quien era, le dijo que era hija de un príncipe cristiano. El mago, que pensaba que podía ser una hechicera del norte, que toman formas seductoras para engañar a los incautos, avisó al rey de que no era buena compañera y le dijo que le diese a la cautiva, para aliviar su soledad con la música de la lira y el rey dijo que no veía maleficio en ella y que él, sería muy buen mago, pero no estaba versado en temas de amores. 

Abu Ajib se encerró en su cueva con la pataleta y el rey se vio como hipnotizado por los ojos de la mujer, sólo pensaba en adularla, conquistarla, comprándola sedas, alhajas, perlas, perfumes e inventó todo tipo de espectáculos para complacerla, pero nunca pudo conquistar el corazón de la joven cristiana, que no se inmutaba, no le ponía mal semblante, no le sonreía, sólo tocaba la lira y sumía al rey en un dulce sopor. Pero el pueblo contra su rey se sublevó ante tanto despilfarro, pero el monarca sólo quería vivr en paz con su amada.

El rey buscó al anciano en su cueva, quien todavía estaba enfadado con la negativa del rey, el astrólogo le anunció que debería dejar a la joven infiel y el rey dijo que antes dejaría su reino, de lo que le volvió a vaticinar, que al final perdería lo uno y lo otro.

El astrólogo se lo pensó y le dijo al rey si había oído hablar de "Los Jardines de Irán", y el rey asintió, los nombra el Coran y también se lo había oído contar a muchos peregrinos, pero no tenía constancia de su existencia. El mago insistió que él los había visto, eran floridos, con fuentes y agua, sólo comparable al paraíso celestial, y con un gran palacio en el centro. EL mago se lo construiría a cambio de la primera bestia de carga y la carga, que pasase bajo el arco del palacio.

Una vez acabados, le anunció al rey que ya podía tomar posesión del Palacio y era tal la impaciencia, que no pegó ojo en toda la noche, pensando en como sería la maravilla, estaba frenético.

Al despuntar la mañana, se dirigió arriba del Cerro de La Sabika, donde se había edificado tan deliciosa obra, esperaba ver torres brillando a la sombra de Sierra Nevada, sin embargo ¡No lo podía ver! El filósofo dijo: Este es el misterio y la magnificencia de este palacio, sólo lo puede ver tras pasar el umbral encantado del vestíbulo.

Cuando llegaron a una pequeña muralla el astrólogo le enseñó al rey una mágica mano y una llave grabada en la puerta, esto son los amuletos que guardan el paraiso, hasta que la mano no baje a coger la llave, no habrá fuerza mortal ni inmortal que pueda entrar en el reino del señor de las montañas.

La Puerta de La Justicia,
escenario de la leyenda,
donde se conserva
la mano y la llave

Era tal el asombro del rey, se sentía tan gozoso, estaba tan absortó en tal maravilla que el blanco palafrén de la princesa avanzó y cruzo el arco, hasta el mismo centro de la barbacana, a lo que el mago reclamó ¡Lo que me prometiste la primera bestia y su carga! Que ha pasado por la puerta mágica.

El rey pensaba que era broma y le ofreció una mula con todas las riquezas que quisiera, pero el astrólogo no cedió, puesto que con el libro de Salomón, no necesitaba riqueza, quería la princesa para sí. Entraron en una agitada disputa, Aben-Habuz le reprochaba que era un hijo del desierto, sin arraigo y que le tenía que reconocer como su señor.

Al final el mago entró en cólera ¿Mí señor? El rey de un montecillo, golpeó el suelo con su bastón lleno de jerogríficos y se hundió junto a la princesa en el centro barbacana y como por arte de magia, se cerró a continuación, la tierra los tragó.

Aben-Habuz quedó mudo ante semejante hecho, mandó a 1000 hombres picar para encontrar a la princesa, pero no lo consiguieron. Pasó su vida pensando en ella, una vez un campesino le dijo que encontró un agujero en una piedra y allí se encontraba el mago dormitado y la joven con su dulce voz, tocando la lira, pero antes de acercarse ¡La piedra se cerró! El rey hizo mil intentos por conseguir a su amada, pero todos fueron vanos.

Al final de su vida, se vio despojado de sus bienes, porqué sus enemigos al saberle desprotegido de la magia, débil, lo invadieron por todas las partes. Sus últimos días Aben-Habuz lo pasó malaventurado y atormentado hasta morir.

Comentarios

  1. Para mí es una de las más bellas leyendas que he leído. Un placer la lectura y un privilegio La Alambra.

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