Expulsión de los judíos (1492)
Desde fines del siglo XIII hasta 1492, la coexistencia legal y la convivencia entre judíos y cristianos, que había sido buena, se deteriora progresivamente. En 1391 las predicaciones del arcediano de Sevilla Ferrán Martínez contra los judíos, originan el asalto y destrucción de numerosas juderías, viéndose casi todos los judíos obligados a escoger entre la conversión o la tortura. A raíz del violento pogrom, los primeros conversos desde 1391 cruzaron las fronteras religiosas, y también lo hicieron en el ámbito social, político y cultural, siendo un billete de entrada en la sociedad cristiana del momento. Esto les permitió ocupar "legalmente" altos puestos en la Administración de la época y hacia finales del siglo XV, ya se puede hablar casi de asimilación total. Ya no podían ser catalogados como "no cristianos" sino de "ciudadanos". Además, eran defendidos por las fuerzas de la Corona y la Iglesia, lo que les convertía a ojos de los viejos cristianos en más peligrosos que lo que habían sido los judíos. De aquí viene el antijudaísmo popular católico que equiparaba a los conversos asimilados con la minoría judaizante. Sobre este hecho fundaron su causa los creadores del Tribunal de la Inquisición, para perseguir al grupo de "cristianos nuevos" y frenar así su progreso económico y social.
La Inquisición se estableció en 1478 mediante una bula del Papa Sixto IV, bajo la tutela de los Reyes Católicos y con el objetivo de crear un instrumento al servicio de la corona para consolidar la unidad politica y religiosa de sus reinos y por tanto, para perseguir a la comunidad conversa, con la intención de frenar su creciente progreso económico y social. Por ese motivo, en 1483 se firma el decreto de expulsión de los judíos de Andalucía.
Pero la expulsión definitiva llega con el texto del decreto de 1492. Los legisladores argumentaban que puesto que las medidas anteriormente adoptadas no habían logrado el fin buscado, es decir, evitar la influencia de los judíos sobre los cristianos nuevos (aislamiento en barrios especiales, establecimiento de la Inquisición y expulsión de Andalucía), se emplearía la solución final: la expulsión general, para la que daban tres meses de plazo.
“Mandamos dar esta nuestra carta, por la qual mandamos a todos los judíos e judías de cualquier hedad que sean que biben e moran e estan en los dichos nuestros reynos e se-ñorios...que ista el fin del mes de julio primero que biene de estre prese te año, salgan de todos los dichos nuestros reinos e señoríos con sus hijos e hijas, criados e criadas e familiares judios asi de grandes como pequeños, de cualquier hedad que can, e non sean osados de tornar a ellos ni estar en ellos a en parte alguna dellos de bibienda ni de paso ni en otra ni siquiera alguna, so pena que si no lo fiziesen e cumpliesen asi yncurran en pena de miere e confiscación de todos sus bienes."
Tras asegurarles la libertad de moviento durante el plazo concedido para poder enajenar sus bienes, el decreto advierte:
"E asi mismo damos liçençia e facultad a los dichos judios y judias que puedan que puedan sacar de fuera de todos los dichos nuestros reinos e señorios sus bienes e hazienda por mar e por tierra con tanto que no saquen oro ni plata ni moneda amonedada ni las otras cosas vedadas por las leys de nuestros reynos, salvo en mercaderías que non sean cosas vedadaso en canbios."
¿Alguna vez te has preguntado por qué llaman sefardíes a los judíos descendientes de los expulsados? Los judíos expulsados identificaban la Península Ibérica con la Sefarad bíblica, de ahí el nombre con que se reconocen desde entonces. Según la tradición hebrea, los primeros judíos llegaron a la Península tras la destrucción del templo de Salomón por el rey Nabucodonosor, en el año 583 antes de nuestra era. Es decir, llevaban 1900 años en Sefarad cuando se produjo su expulsión de España. La mayoría de los expulsados se fueron a Portugal y desde allí al Norte de África. Otros marcharon a Italia, Francia y Holanda, extendiéndose durante el siglo XVI por ambas orillas del Mediterráneo y radicándose muchos de estos sefardíes en el Imperio Turco. Y así, de un desgraciado plumazo, se bajaba el telón que ponía fin a los años de rica y activa vida judía en los reinos de la Península Ibérica.
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