Los textos de La Alhambra
La escritura es una tradición en la ornamentación islámica, pero La Alhambra es un caso especial, por no decir extremo, con más de 10.000 inscripciones por todo el recinto que la hacen excepcional: fragmentos de El Corán, decenas de poemas que cantan las alabanzas de los sultanes y del propio palacio, etc. Las cartelas poéticas, salvo en aislados casos de baja intensidad lírica y de más acentuado carácter religioso o laudatorio, tienen siempre documentada noticia de su autor.
Lo que es y sigue siendo la Alhambra no se formó hasta la instauración de la monarquía nazarí poco antes de mediar el siglo XIII, ni llegó a su apogeo, ya casi inamovible hasta el siglo XIV (con un pequeño apéndice en Mohammed VII con la construcción de la Torre de las Infantas). Fue esta centuria la de los grandes constructores Yusuf I y Mohammed V: edificadores del Palacio de Comares y del Palacio de los Leones.
Ese mismo período (con un insignificante apéndice anónimo para la Torre de las Infantas), está representado por la “poesía epigráfica” representada sólo por tres grandes nombres: Ibn al-Yayyab, Ibn al-Jatib e Ibn Zamrak. Se da la coincidencia de que los tres fueron, sucesivamente, visires y antes, por ser poetas y escritores, grandes secretarios de la Cancillería real. Al final de sus carreras, los tres acabaron por reunir ambos cargos. La corte nazarí, recurrió a la “poesía epigráfica” para decorar los edificios, por iniciativa regia o por sugestión propia, ellos mismos componían los versillos necesarios o recortaban y ajustaban trozos de anteriores y largas casidas suyas, hasta reducirlas al tamaño del espacio donde habían de ser grabados en madera, mármol o estuco.
Quizá la voz de Ibn Zamrak fue la única o la más genuina, que dio a la frágil arquitectura de los alcázares alhambreños sentido y función concreta, en medio de la realidad invasora de un turbulento contexto, donde la ambición política, de maquiavélico proceder cortesano, competía con el arte más depurado y perfecto. Puede que a ningún otro poeta del mundo le haya cumplido misión más fascinante que la que él desempeñó: diluir el verso, de manera artesanal y prodigiosa, en el estuco de las paredes, en el duro mármol de las fuentes y el leño dúctil de los arrocabes, componiendo un poema táctil con voz propia. Ahí están, vivos y casi sonoros sus versos, con aspecto mineralizado por el encantamiento de un brujo alquimista que buscara aumentar aún más su fascinación, su inmarchitable, hierática hermosura.
Algunas hipótesis apuntan a que de que algún poema epigráfico de Ibn al-Jatib habría podido ser sustituido después de su caída, de quien se conservan tres poetas de la Alhambra bajo el gobierno de Yusuf I, cuando era meritorio y luego funcionario con aspiraciones, a las órdenes de Ibn al-Yayyab; pero en esa actividad decaería o cesaría bajo Mohammed V, por tener al lado a su discípulo, Ibn Zamrak, buen poeta que hacía méritos.
La Alhambra es un libro, un libro que habla de la funcionalidad de las estancias, ya que las fuentes son escasas, y en alguna ocasión tenemos que lanzar una mirada introvertida al propio palacio para recibir las respuestas que a veces ni la arqueología ofrece. El delicado revestimiento lírico de sus muros constituye un literario capítulo aparte distanciado de toda tradición y hábito estéticos como herético, tan alambicada y preciosista que se perpetúa en la quietud majestuosa de un tiempo aprisionando entre las imaginarias rejas de un mitológico hechizo. Es un sutil espacio que remite cadenciosamente a lo inefable o a lo que el sueño abarca en su cambiante perspectiva.
Dentro de las complejas significaciones cósmicas y filosóficas que encierran las dos salas del eje principal, la Sala de Abencerrajes y la Sala de Dos Hermanas, con sus magníficas bóvedas de mocárabes, existe una poesía epigráfica que corre por las paredes de esta última y que ha ayudado a desvelar los símiles comparativos con que se describen las constelaciones, asimilando los cielos estrellados que son las dos bóvedas con esclavas o concubinas, siempre dispuestas a los deseos del monarca, (indican el valor que para el musulmán tiene el placer del amor): "Bajar quieren las fúlgidas estrellas, Sin mas girar por rayas celestiales, Y en los patios, de pie, esperar mandatos Del rey, con las esclavas a porfía".
De este modo tenemos la suerte de tener un auténtico tratado literario en las paredes de La Alhambra y que además se prorroga en multitud de objetos que también decoraron los palacios y que se conservan en el Museo de La Alhambra. Esta poesía hecha decoración, es una ornamentación más de la Alhambra, además de lo que construye a través de metáforas, como por ejemplo la inscripción que rodea la taza de la Fuente de los Leones tallado en el borde de la taza de la Fuente de los Leones construido por el sultán Mohammed V: "...En apariencia, agua y mármol parecen confundirse, sin que sepas cual de ambos se desliza... ¿No es, en realidad, cual blanca nube que vierte en los leones sus acequias y parece la mano del califa, que, de mañana, prodiga a los leones de la guerra sus favores? Quien contempla los leones en actitud amenazante, [sabe que] sólo el respeto [al Emir] contiene su enojo". (Traducción: Dario Cabanelas Rodríguez y Antonio Fernández Puertas).
![]() |
Fuente de los Leones donde aparece inscrito en el borde de la taza el poema de Ibn Zamrak |
![]() |
En la Torre de la Cautiva de La Alhambra se pueden encontrar los únicos poemas donde aparece la palabra alhambra escrita |
![]() |
La palabra alhambra en la Torre de la Cautiva |
![]() |
Textos inscritos en este arco del Palacio de los Leones de La Alhambra |
Comentarios
Publicar un comentario