Cerro del Aceituno

Vistas de Granada desde el
Cerro del Aceituno, una de
las más hermosas de la ciudad


Al este de la ciudad nazarí de Granada se encuentra lo que se conocía como el altozano del Aceituno, en un terreno que en su parte final se alzaba bruscamente hasta el cerro. El cerro del Aceituno o del Aceytuno se llamaba así porque según la tradición, allí se erguía durante todo el año un olivo seco que en un sólo día se cubría de hojas durante la noche, florecía al amanecer, cuajaba la rapa a media mañana, verdeaba con el sol de mediodía y maduraba el fruto por la tarde. Según la leyenda, las aceitunas recogidas por doncellas y viudas se repartían entre los asistentes y se conservaban celosamente durante el siguiente año por sus propiedades curativas y milagrosas.

Dos veces al año los granadinos subían al cerro del Aceituno para celebrar unas fiestas de origen pagano y de origen remoto en la historia de la ciudad, las dos en honor a la agricultura y ambas basadas en el calendario solar juliano en vez de en el lunar que el Islam tenía establecido para contar el paso de los años.

El paisaje de la ciudad de Granada
desde el mirador de San Miguel

La primera, para la fiesta de la ansara, coincidente con el solsticio de verano y la noceh de San Juan en el mundo cristiano, el primer día del estío y día de mayor duración de luz solar a partir del cual el sol comienza a declinar en beneficio de la noche.

La ermita de San Miguel Alto se levanta actualmente
sobre la conocida como Torre Puerta del Aceituno



La segunda gran celebración era la pascua en los alaceres, la fiesta de la vendimia, coincidente con el equinoccio del otoño, el día en el que finaliza el estío, cunado la duración de la oscuridad de la noche se equipara a la de la luz del sía con la entrada del sol en la constelación de Virgo. Los alaceres se festejaban en diferentes lugares de la ciudad, en los ensanches de los barrios y en las riberas de los ríos Darro (Hadarro) y el Genil (Xenil), aunque el lugar más concurrido era el cerro del Aceituno. Se conmemoraba el inicio de la recolección de la uva, una parte de la cual se pisaba para sacar mosto y otra se colgaba en las vigas de las casas para su consumo o para dejarla secar y obtener pasas. Muchos granadinos subían al cerro con sus cuévanos, los cestos grandes y hondos con los que en los días siguientes recogerían los frutos de las vides. Zambras al aire libre animaban la ciudad y los ciudadanos se entregaban a danzas y cantes populares.

La prohibición coránica de ingerir alcohol por considerarla una bominación del demonio, no era respetada en Granada. Prueba de ello era la propia fiesta que celebraba la ciudad ese día, conmemorando la recogida de la uva, la rentabilidad del agracejo malagueño del que se obtenía un apreciado caldo, y la proliferación de las tabernas en todo el reino nazarí, en las que se bebía sin represión por parte de la autoridad

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