La diplomacia nazarí

En el siglo XV, la situación fronteriza con el Islam sólo afectaba a la Corona de Castilla, aunque Aragón intentaba mantener un papel primorcial en el juego diplomático con el Reino nazarí de Granada debido a sus intereses comerciales y estratégicos en el Mediterráneo. De este modo, las relaciones entre estos reinos guardaban diferentes características: bélicas entre Castilla y Granada, comerciales entre Aragón y el reino nazarí y de rivalidad entre Castilla y Aragón.

Las relaciones y enfrentamientos entre  Castilla y el Reino de Granada fueron constantes durante los 250 años del pequeño reino hispano-musulmán, que mantuvo su extensión territorial frente a la corona castellana en gran medida por las relaciones diplomáticas que sostuvo con otros Estados del Mediterráneo que permiten el equilibrio necesario para el desarrollo y supervivencia del Estado nazarí.

Algunos reyes nazaríes respetaban el acuerdo de vasallaje a los soberanos castellanos, aunque no siempre los nazaríes se consideraban sujetos a Castilla por este vínculo; cuando el gobierno de Castilla era lo suficientemente fuerte para imponerse por las armas solicitaba sus parias a Granada, a cambio de mediar en sus relaciones diplomáticas con otros reinos cristianos. Ésta situación de vasallaje no mermaba la legitimización de la familia real nazarí sobre sus súbditos musulmanes, salvo en el aspecto económico.

Por lo general, las diferentes treguas que se firmaron en la historia del Reino nazarí de Granada contenían cláusulas similares a los de cualquier otro tratado de paz entre estados cristianos, obligando a ambos reinos a no hacerse la guerra, ni por mar ni por tierra, durante el tiempo estipulado, así como darse apoyo ante los respectivos enemigos. La duración de las treguas generalmente era de uno a tres años. Durante ese tiempo, el cambio de la situación política de una de las partes permitía una nueva valoración para renovarlas o emprender la guerra. La muerte o destronamiento de uno de los monarcas que habían firmado el tratado anulaba automáticamente la tregua, haciéndose necesario un nuevo acuerdo, a no ser que los herederos de los respectivos estados figuraran como confirmantes del pacto.

Una de las cláusulas fundamentales que condicionaba la firma de los acuerdos por cualquier rey castellano era la liberación de cautivos cristianos, lo cual no faltaba en ninguno de los acuerdos. Esto afectaba a la mano de obra esclava que pudiera tener el Reino de Granada, así como la cuantía de los rescates que podían obtenerse a cambio a cambio de las personas prisioneras de familias con recurso o la posibilidad de canje por cautivos musulmanes en tierras cristianas. Además suponía que el estado nazarí debía costear el viaje de estos cautivos liberados a través de las tierras de Granada hasta llegar al lugar de entrega.

Otras cláusulas importantes eran aquellas que regulaban el tráfico mercantil durante el período de pas, permitiendo el libre transporte de bienes y mercancías a través de unos puertos situados es lugares estratégicos de la frontera, marítima o terrestre, tales como Alcalá la Real, Lucena, Zahara, Antequera, Huelma, Teba, Priego, Pegalajar, Jaén, Baeza, Quesada, Alcalá d e los Gazules, Hellín, Mula o Lorca. Sólo se exceptuaban los llamados “productos vedados” imprescindibles para el consumo y el armamento de los pobladores de ambos reinos: cereales, ganado de consumo, caballos y armas.

En la primera tregua que se pactó entre Granada y Castilla, no se especificó el pago de parias, como sucedería a partir del tratado de 1421. Las cantidades más elevadas de dinero se pagaron durante el reinado de Mohammed IX El Zurdo, oscilando entre las 8.000 doblas de oro anuales si se fraccionaba el pago y de 11.000 y 13.000 en años sueltos, lo que representaba una cuarta o quinta parte de los ingresos fiscales del Reino nazarí de Granada. No obstante, los acuerdos con los candidatos al trono que pedían auxilio a Castilla podían resultar más gravosos inclusive.

Estas treguas disgustaban especialmente a los súbditos granadinos que difícilmente podían aceptar la situación de dependencia de sus monarcas a la corona de Castilla y por el pago de las cuantiosas parias.

Por otro lado, las relaciones diplomáticas con los reinos musulmanes del norte de África se centraba en el Egipto mameluco, el reino merení de Fez y los hafsíes de Túnez. La relación más fructínera con Túnez la mantuvo Mohammed IX el izquierdo con el sultán haftí Abu Faris (1394 – 1434), cuando el monarca granadino tuvo que refugiarse en el vecino país tras ser depuesto en 1427 y huir a través de Aragón gracias a los salvoconductos pertinentes de Alfonso V, quien también recomendó a varios granadinos que buscaran asilo en Tremecén (también existía una vertiente diplomática entre los reinos cristianos y los reinos musulmanes norteafricanos). Sin embargo, tras la muerte del rey Abu Faris, Túnez dejó de prestar interés por los asuntos granadinos y ningún otro monarca nazarí volvió a recibir ayuda diplomática ni militar de la corte tunecina.

Fue entonces cuando los esfuerzos diplomáticos nazaríes miraron a Egipto, enviando una embajada a El Cairo y que fue recibida por Abu Sa’id Yaqmaq al-Zahir los días 16 y 17 de diciembre de 1440 y que se limitó a enviar algo de financiación y pertrechos a Granada. Tras este fracaso, cesaron los intentos de los nazaríes por implicar a otros gobernantes del Magreb en su destino político, en parte por los problemas internos que en estos países también había y dando comienzo al aislamiento exterior de Granada con el resto del Islam a partir de 1440 con la excepción de momentos de extrema necesidad. Un ejemplo es la embajada que Boabdil envió al mameluco Qa’itbay a finales de 1487 solicitando ayuda militar tras el asedio de Málaga, obteniendo únicamente la presión de Egipto al clero de Jerusalén para que intercediese ante los Reyes Católicos.

Cuando el sultán de Egipto se
quejó por la Guerra de Granada,
Fernando de Aragón le envió una
respuesta

En el mes de julio de 1489, llegaron al campamento real cristiano que sitiaba Baza durante la Guerra de Granada, dos religiosos franciscanos llegados de Egipto, uno de ellos prior del Santo Sepulcro de Jerusalen. Expusieron al rey Fernando de Aragón, el disgusto del sultán de Egipto por las noticias que había recibido por medio de los embajadores nazaríes. A esto, el aragonés le respondió que durante mucho tiempo fueron los árabes quienes ocuparon las Españas y otras muchas provincias del mundo que poseían los cristianos, siendo notoria la perfidia y violencia de las que se valieron y por lo tanto estaba en su derecho de recuperarlos. El sultán amenazó con tomar represalias sobre los cristianos que habitaban en su reino en el caso de no cesar la guerra contra Granada a lo que Fernando respondió que también vivían muchos mudéjares en las Españas.

Las embajadas cristianas tenían que hacer regalos para ver a los reyes de Granada (igual que sucedía en la corte de los zares de Rusía, también de costumbres orientales), haciendo toda una corte y un protocolo previo a entrevistarse con el monarca.

Finalmente, el papel de los estados del Magreb se limitó a acoger a los emigrantes granadinos que eran expulsado de sus tierras ante el avance cristiano y que elegían el dominio del Islam para vivir.

Por lo tanto, hay con comprender la infinita soledad de los andalusíes, la maldición de al-Ándalus. Los cristianos del norte les consideraban árabes, ellos mismos se consideraban andaluces, herederos de los antiguos atlantes y tartesios. Con los cristianos compartían la raza, pero con los musulmanes africanos la religión, pero con ninguno la cultura. Los bereberes les despreciaban por débiles, pero admiraban su cultura y refinamiento. Los andalusíes despreciaban a sus vecinos del sur, por rudos y fanáticos, pero precisaban su fortaleza y poder porque ellos eran débiles rodeados de enemigos fuertes que deseaban devorarlos, pudiendo sobrevivir gracias a la astucia del equilibrio, jugando varias cartas a la vez. Si temían a los castellanos, a los meriníes les aborrecían.

"Yo soy el sol que brilla en el cielo de las ciencias; más mi defecto es que mi oriente es el Occidente..."
Ibn Hazn, poeta andalusí 


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