La división territorial del Reino de Granada
| División territorial del Reino nazarí de Granada |
El Reino nazarí de Granada, último bastión islámico en la Península Ibérica, poseía una geografía limitada pero estratégicamente situada. Enclavado entre las cordilleras Subbética al norte y Penibética al sur —unidas por el Surco Intrabético—, su territorio podía cruzarse de norte a sur en apenas dos o tres jornadas, y de este a oeste en unas diez. Esta configuración favoreció una administración territorial adaptada al terreno montañoso y fragmentado, donde la defensa y el control de los recursos eran fundamentales.
Los nazaríes no establecieron una única marca fronteriza, sino una red de áreas defensivas conectadas llamadas tugur organizadas en torno a fortificaciones jerarquizadas. Desde 1265, el primer emir de la dinastía, Mohammed I, fortaleció las fronteras retirándose de territorios indefendibles y consolidando o construyendo castillos en zonas elevadas para asegurar una defensa más efectiva.
El territorio del Reino nazarí de Granada estaba densamente fortificado mediante diversos tipos de construcciones defensivas, designadas con una rica terminología árabe: bury (torre), hisn (castillo), maqil (refugio fortificado), qal'a (fortaleza), qasaba (alcazaba), qasr (residencia fortificada o alcázar), sajra (peña fortificada) y otras menos comunes como qal'a ḥurra (torre calahorra). Según su función, se distinguían castillos, alcazabas, murallas urbanas, torres de alquerías y atalayas. Sin embargo, el número de castillos era bajo respecto al de alquerías: de 303 topónimos analizados, el 52,47 % correspondían a alquerías y solo el 7,92 % a castillos, a diferencia de otras regiones como Valencia. Además, la costa granadina, que abarcaba unas cuatro jornadas de marcha, era estratégicamente vital, pues era el único vínculo directo del reino con el resto del mundo islámico.
La frontera del Reino nazarí de Granada con los reinos cristianos, especialmente con Castilla, generó una situación compleja y dinámica marcada por la tensión constante entre islam y cristiandad. Aunque esencialmente fue un espacio bélico, también propició intercambios culturales y humanos. Esta frontera, conocida incluso en árabe como al-Fruntira, fue escenario de continuas escaramuzas y relaciones militares, heredando y adaptando dinámicas de siglos anteriores. El territorio fronterizo castellano estaba bien consolidado gracias a bases como Córdoba, Jaén y Sevilla, lo que hizo que las amenazas iniciales para Granada se concentraran en sus flancos norte y oeste.
Herencia de la organización territorial andalusí, el reino nazarí se dividía en coras, palabra de origen árabe (kūrah), procedente del griego chôra, que significa “territorio”. Las coras eran las principales demarcaciones administrativas de al-Ándalus y continuaron en uso en época nazarí. En las zonas fronterizas con los reinos cristianos, estas se complementaban con las Marcas, divisiones militares destinadas a la defensa del territorio.
Además de las coras, desde mediados del siglo XIV, algunas regiones como las Alpujarras adoptaron una organización propia en tahas (de taca, “obediencia”), como las de Órgiva, Lecrín, Berja o Almuñécar, entre otras, demarcaciones menores que agrupaban varios núcleos de población y que respondían tanto a criterios geográficos como económicos y defensivos. Las tahas jugaron un papel clave en la gestión local del territorio hasta la conquista cristiana de 1492.
El emirato nazarí, que llegó a abarcar unos 30.000 km², se organizaba en distritos o iqlim de carácter agrícola y tributario, mencionados por Ibn al-Jatib, quien cita treinta y tres aunque su lista es incompleta ya que los territorios ocupados entonces por los benimerines no los tiene en cuenta (es decir, lo que se encontraban en torno a Ronda, Gaucín, Marbella, Estepona, Jimena, Castellar, Algeciras, Gibraltar y Tarifa). A lo largo del periodo nazarí, las principales unidades de poblamiento fueron la ciudad, el castillo y la alquería, con divisiones menores llamadas camāla.
Esta estructura territorial reflejaba la complejidad del reino nazarí, un Estado pequeño en extensión pero denso en organización, donde la geografía y la historia moldearon una administración eficaz y profundamente enraizada en la tradición islámica de al-Ándalus.

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