Pozo Airón de Granada

El Pozo Airón, cegado, en una placeta escondida
con acceso por la calle Azacayas en Granada

Existen numerosas simas en todo el mundo bautizadas como Pozo Airón, en referencia a un dios prerromano Airón, vinculado con el inframundo, al que se le rendía culto en simas y pozos naturales de gran profundidad, donde, según la creencia popular, se hacían sacrificios humanos. También puede proceder del árabe Hauron, que viene a significar pozo profundísimo, aproximadamente a 72 pies y una gran boca, quizás por proceder de un agujero natural.

Con la llegada de los romanos a la península, las creencias relacionadas con Airón siguieron vigentes. Es más, se piensa que también se hicieron este tipo de pozos Airón durante la época andalusí (por ejemplo en el Castillo de Gibralfaro, en Málaga), que seguramente, se basaban los escritos romanos recogidos por Plinio el Viejo, que había observado la existencia de infinidad de pozos de este tipo en Grecia, Sicilia, Egipto y sur de Italia que descargaba por ahí las tensiones de las fuerzas telúricas de las profundidades de la tierra.

A esta sima se le atribuía el poder de minorar la fuerza destructiva de los sismos al permitir que fluyera el aire del interior de la tierra. En Granada, el Pozo Airón se ubica cerca de la calle Elvira, en la calle Postigo de la Cuna (que ha recibido a lo largo de la Historia diferentes nombres como calle Coca, de los Cocas, o Postigo de la Casa-Cuna), una placeta escondida con entrada por la calle Azacayas, nombre que recibe por haber allí un aljibe, pilar o azacaya para dar de beber a los animales cuando regresaban del campo, a través de la puerta del Boquerón (llamada Batrabayón en tiempo andalusí).

En la época andalusí lo mantuvieron abierto para que  la tierra, expulsara sus gases a través de él y minimizar los terremotos. En 1633, Fray Lorenzo de San Nicolás escribió en su libro sobre arquitectura que en 1431, con motivo de la batalla de la Higueruela, existe la certeza de que este pozo estaba abierto y enladrillado hasta gran profundidad, momento en que varios terremotos asolaron Granada entre abril y julio de ese año, llegando a alcanzar magnitudes de entre 7.0 y 9.00 en la escala Richter. Sin embargo, para el ciclo de terremotos que sacudió Granada en 1526, durante la estancia de Carlos I en la ciudad, asegura el historiador Bermúdez de Pedraza que ya estaba cegado, y en la Plataforma de Ambrosio de Vico (impresa en 1611) dibujó una especie de pozo en la parte trasera de un edificio marcado con el número 27 (propiedad de monjas Capuchinas). 

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