La hoguera de libros



 

Páginas sueltas de un Corán nazarí
del siglo XV, conservadas en 
una caja portátil en Qatar

A través de un bando, pregonado en todas las plazas y zocos de Granada, escrito en castellano y árabe, fechado el 12 de octubre de 1501, se ordenaba que todos los libros escritos en árabe debían ser entregados a las autoridades para ser quemados y que de ellos no quedara memoria alguna. Así, en poco tiempo, los pilares intelectuales del pueblo andalusí habría desaparecido de la faz de la tierra. Al término de 30 días, todo aquel que tuviera algún ejemplar del Corán y no lo entregara o lo encubriera, sería condenado a muerte y sus bienes confiscados.

Soldados cristianos irrumpieron en las bibliotecas de la ciudad y en aquellas casas donde se albergaban las colecciones privadas más famosas y confiscaron todas las obras escritas en árabe. Días antes, eruditos al servicio de la Iglesia convencieron al arzobispo Jimenez de Cisneros para que eximiera del edicto algunos manuscritos de medicina y astronomía, con la condición de que se guardaran en la biblioteca que planeaba erigir en Alcalá de Henares.

Escultura que representa al Cardenal Cisneros 
ante la Universidad de Alcalá de Henares

En la plaza de Bibarrambla se levantó un enorme montón de libros que yacían en completo desorden; la sabiduría colectiva de al-Ándalus yacía en el antiguo mercado de seda, en el mismo sitio donde los caballeros nazaríes solían cabalgar y competir en torneos. Ahora, soldados cristianos custodiaban libros de jurisprudencia, tratados de religión e historia con preciosas labores de aljófar, gruesos volúmenes encuadernados en terciopelo con broches dorados, lujosamente encuadernados e ilustrados (y que superaban los criterios de calidad de los propios monasterios cristianos), así como ejemplares del Corán en pergamino antiguo esparcidos por el suelo. 

Los soldados que habían estado construyendo el terraplén de libros desde el amanecer rehuían las miradas de los granadinos, algunos apesadumbrados, otros coléricos, pero todos conscientes de la magnitud del crimen que se iba a perpetrar, aunque muchos no hubieran aprendido nunca a leer o a escribir. Cuando comenzó a oscurecer se dió la orden y el fuego de la pira de libros ascendió en espiral, envuelta en una gran llamarada que iluminó toda la plaza.

"Aunque queméis el papel

no podréis quemar lo que encierra,

porque lo llevo en mi pecho..."

Abu Muhammad Alí ibn Hazm al-Andalusi

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