La batalla de El Salado
Este mapa resume el desarrollo de la contienda |
El 30 de octubre de 1340 y a orillas del río Salado se libró la batalla que constituyó un desastre para los musulmanes, marcando la última invasión africana y a partir de entonces la influencia benimerí o meriní deja de gravitar sobre el Reino nazarí de Granada. Los historiadores musulmanes citan esta acción por el nombre de la batalla de Tarifa, mientras que los cronistas castellanos la llaman batalla del Salado. En ella intervinieron cuatro monarcas con sus respectivos ejércitos: Alfonso XI de Castilla, Alfonso IV de Portugal, Abu-l-Hasan sultán del imperio meriní y Yusuf I monarca de Granada.
Hace 673 años, en 1340, el ejército benimerin encabezado por su rey, Abu-l-Hassan cruzó el estrecho de Gibraltar desde Marruecos y sitiaron Tarifa, plaza clave para el control del estrecho que separaba el continente europeo del africano y que estaba en manos castellanas desde que Sancho IV la conquistara a finales del siglo XIII. A las tropas islámicas le apoyaban las nazaríes con el rey granadino Yusuf I a la cabeza.
Sancho IV de Castilla en el Parque del Retiro (Madrid) |
Era el día 30 de octubre y al otro lado del río Salado se encontraba el ejército del rey Alfonso XI de Castilla apoyado por su suegro Alfonso IV de Portugal y por las milicias concejiles de Écija, Carmona, Sevilla, Jerez, acostumbradas a la lucha de frontera con el vecino Reino Nazarí. En total, un ejército cristiano que puedo reunir a unos 22.000 soldados frente a una fuerza musulmán tres veces mayor. Por mar, la Corona de Aragón les ayudaba con una flota de galeras al mando del almirante Pedro de Moncada. Los cristianos tenían el sol de frente por lo que esperaron a que el sol no fuera tan molesto para comenzar la batalla.
Galera de la flota castellana con un espolón metálico para embestir las naves enemigas |
En Sevilla, en octubre de 1340, se realizó un alarde en el que participaron 8.000 caballeros y 12.000 infantes; en la imagen el rey Alfonso XI a la izda pasa revista a sus huestes |
Se trataba de una guerra santa desde el punto de vista de cada uno de los bandos. El Papa Benedicto XII había promulgado para tal ocasión la bula Exaltamus in te elevando la batalla a categoría de cruzada lo que otorgaba a los cristianos el derecho a beneficios espirituales por participar en ella, así como beneficios económicos al permitirles embolsarse una parte de los impuestos de la Iglesia.
El ejército musulmán se caracterizaba por contar con rápidos y ligeros jinetes que luchaban a cuerpo descubierto únicamente protegidos por un escudo de cuero llamado adarga, una azagaya o jabalina corta y una espada.
Por su parte, las fuerzas del rey Alfonso XI presumían de estar compuestas por uno de los ejércitos más modernos y potentes de la época, con un armamento de última generación: los caballeros iban equipados con largas lanzas que, aprovechando la inercia de la carrera, podían proferir una carga más violenta.
En la imagen un caballero cristiano empuña una maza ataca a un guzz o algoz (guerrero musulmán mercenario de origen turco) llegado con loa benimerines a la Península |
Para decidir la soberanía de la zona, ambos ejércitos pactaron la batalla en campo abierto. Las tropas nazaríes se situaba al pie de uno de los cerros, mientras que el rey benimerín localizó su campamento en una escarpada peña desde donde seguir mejor la batalla, ordenando que se levantara el asedio a Tarifa para reforzar su ejército.
A las diez de la mañana comenzó el combate que duró hasta el atardecer: la caballería castellana cruzó el Salado y embistió con fuerza contra la delantera benimerin. Los granadinos se enfrentaron con las tropas portuguesas que pusieron al enemigo en desbandada. Pero el poder benimerin no tuvo tiempo para desarrollar la táctica favorita de los musulmanes, conocida como tornafuye y que consistía en simular la retirada con la idea de ser perseguidos por sus enemigos y a continuación aprovechar la desorganización para atacar nuevamente sobre los confiados soldados. Finalmente las fuerzas benimerines cayeron, los castellanos destruyeron el campamento de Abu-l-Hasan pasando a cuchillo a cuantas personas encontraron allí, sin respetar la vida de mujeres y niños. Dos de las esposas de Abu-l-Hasan, Fátima y Aisa, perecieron a manos del enemigo. El príncipe Tasfin, hijo del sultán meriní, cayó prisionero. Después de saquearlo, el campamento fue incendiado. Abu-l-Hasan salvó milagrosamente su vida, acogiéndose a la ciudad de Algeciras, desde donde más tarde se trasladó a África. Yusuf I logró alcanzar la capital nazarí con su deshecho ejército.
La batalla de Tarifa o del Salado revistió trascendental importancia, marcando un hito en la historia de al-Ándalus. Los nazaríes, que venían practicando una política ocasional apoyándose en Castilla o en África, según aconsejasen las circunstancias de cada instante histórico y consecuentemente habían de sufrir el peso de influencias extranjeras. Alarmados por el creciente poder de los cristianos y a veces, impelidos por ambiciones territoriales que nunca quedaban totalmente satisfechas, los benimerines o meriníes no sólo mantuvieron con carácter permanente milicias africanas en el Reino nazarí, sino que sus propios sultanes atravesaban el Estrecho para luchar contra la cristiandad con poderosos ejercicios.
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