Los alfares nazaríes de Málaga

Por la capacidad de adaptación a las necesidades del mercado y el bajo coste de producción, la cerámica fue en el Reino nazarí de Granada uno de los materiales más utilizados para elaborar objetos decorativos y útiles.

Esquema de un alfar medieval nazarí

En Málaga, como era habitual en otras ciudades hispanomusulmanas, los talleres de alfarería y tejares se emplazaban a las afueras de la medina, en este caso en las faldas del cerro de El Ejido, rico en arcillas miopliocénicas, facilitando el acceso a la materia prima, además de ser necesario una ubicación cercana a una fuente de agua. A pesar de los riesgos que entrañaba la combustión de los hornos y de considerarse la alfarería como una actividad nociva y peligrosa, entorno a las instalaciones alfareras se articulaba un barrio que hoy en día conocemos tanto por las excavaciones como por su toponimia. En la calle que aún se conoce como Ollerías, se han encontrado restos arqueológicos de hornos y telares de los siglos XI, XII, XIII y XIV, así como en la cercana Plaza de Montaño. Tras la conquista cristiana de Málaga en el siglo XV, esta tradición de alfares se mantendrá y se expandirá hasta alcanzar la zona más alta de El Ejido, donde se mantendrá la actividad hasta principios de siglo XX.


Plato de torno de arcilla firmado por Ibn Rahmun
(siglo XIV) que apareció en unas excavaciones
en la calle Dos Aceras de Málaga


Existía un gran control de la calidad por medio de las disposiciones y normas establecidas por el alamín; las piezas de mayor calidad se destinaban a la exportación o para la venta en la alcaicería, mientras que las más comunes se comercializaban de forma local y directa. El acabado que se daba a cada objeto dependía de su destino, para resolver necesidades primarias y cotidianas o otros con un carácter más decorativo y simbólico.

Gran jarrón con decoración estampillada nazarí

En el alfar, la organización del trabajo respondía a la concepción de los gremios artesanales, distribuyéndose en función de la experiencia y el dominio de la técnica. Los puestos se dividían entre aprendices, obreros cualificados y maestros -el propietario o patrón del alfar solía coincidir con el maestro-.

Rollos de arcilla encontrado durante excavaciones urbanas
en alfares malagueños del siglo XIV

Una vez que se obtenía la materia prima, la arcilla, se trataba para darle consistencia, plasticidad y homogeneidad, mezclándola con agua para obtener un barro líquido y poder así modelarla, moldearla y tornearla y obtener tras la cocción un sin fin de objetos.

Reconstrucción de un horno de alfarero en la exposición
sobre cerámica andalusí en la Alcazaba de Málaga

Los hornos se construían con adobes crudos revestidos con arcilla que se cocía en la primera hornada. Tenían diversas formas desde elipses hasta rectángulos, calculándose una vida media de sesenta años, es decir, dos generaciones de artesanos. Primero se excavaba en el suelo hasta una profundidad de hasta dos metros en algunos casos y que servía para formar la caldera o cámara de fuego que sería combustionada con leña. Había a continuación una cámara baja de cocción, llamada sagen o mesa a la que se accedía a través de la boca de la caldera y que era empleada para cocer parte de las cerámicas.

Trébedes actuales utilizados para separar piezas en el horno

Separada por una parrilla o suelo agujereado, estaba la cámara alta de cocción o laboratorio de espesas paredes, que permitía el paso del calor y que se encontraba al nivel del suelo. Tenía una puerta para el llenado que era tapiada antes de iniciar la cocción y que una vez finalizada se rompía. Era fundamental, para la productividad y rendimiento del alfar, el máximo aprovechamiento del espacio del horno en cada cocción. Por último la bóveda o alcoba, estaba atravesada por huecos o chimeneas de distinto diámetro, según el tiro y aireación deseada por el alfarero y que eran tapados por platos de cerámica defectuosos para protegerlos de la lluvia cuando no eran utilizados.

Los tiros para la ventilación eran tapados con
platos de cerámica defectuosos para
protegerlos de la lluvia cuando
no eran utilizados

La decoración de las piezas podía consistir en una mano de pintura exterior, estampillado, calado o una simple capa de vidriado para impermeabilizar el recipiente por dentro o darle un toque brillante al fuego. La decoración estampillada se conoce desde la antigüedad, alcanzando un gran desarrollo en el mundo islámico sobre todo en época almohade (siglos XII-XIII) y que consiste en aplicar un sello o estampilla jatim o tabi sobre el barro antes de cocer el objeto; normalmente se hace sobre grandes contenedores u objetos de paredes gruesas.

Este espléndido ataifor o zafa nazarí
(siglos XIV-XV) fue descubierto durante
los trabajos arqueológicos en la alcazaba de
Málaga
y se conserva en el Museo
de La Alhambra (R.E. 4640)


Los objetos de cerámica se convertían en soporte para la expresión artística y vehículo de transmisión de la cultura nazarí, encontrando principalmente ejemplos geométricos, epigráficos, vegetales y figurativos. En los objetos de lujo, la estética era fundamental, utilizando técnicas decorativas complejas, como la esgrafiada y dorada; Málaga fue uno de los centros más destacados en la producción de loza de reflejo metálico, exportando gran cantidad de productos de este tipo, consiguiendo que se conocieran con el nombre de la propia ciudad, obre de Maliqa.

Un comercio de cerámica perteneciente a la exposición de la
Alcazaba de Málaga

Los alfareros, como los demás artesanos nazaríes, eran a la vez productores y vendedores de su propia mercancía, tanto en tiendas permanentes o en suwayqa o mercadillos populares que salpicaban la ciudad, así como en los mercados que semanalmente se celebraban a extramuros con productos provenientes del campo.

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