Exposición "Los Latidos del Corán: La vida del libro sagrado entre mudéjares y moriscos"

A través de uno de los patios del Hospital Real
de Granada se puede acceder a la exposición 
“Los Latidos del Corán”

Esta exposición temporal permanecerá en
el Hospital Real hasta el 31 de octubre

Desde el 11 de junio y hasta el 31 de octubre de 2025, se encuentra en el Hospital Real de Granada la exposición "Los Latidos del Corán: La vida del libro sagrado entre mudéjares y moriscos", una muestra a través de diferentes ejemplares de El Corán que circulaban entre mudéjares y moriscos herederos de la tradición andalusí que se conservan bibliotecas españolas que demuestran la vitalidad del Libro sagrado hasta su expulsión en 1609 y antiguos libros. 

Interior de una de las salas de exposición que
cuenta con diferentes medios, incluidos 
audiovisuales

El Corán, como texto fundacional del Islam, contiene la palabra literal de Dios, eterna y perfecta, revelada al profeta Mahoma en lengua árabe por medio del ángel Gabriel. Sus 114 capítulo o azoras son el motor y guía, corazón de la comunidad islámica, en todos los aspectos de la vida: espiritual, legal, moral, política, económica y social. Así lo fue entre los mudéjares y moriscos de los siglos XV al XVII. Sus ejemplares fueron venerados, heredados entre generaciones hasta terminar preservados entre muros donde han permanecido ocultos. De estas minorías islámicas hispánicas nos quedan los testimonios personales de sus integrantes como las que se exhiben en esta muestra.


Miscelánea con azoras 1 y 2 del Corán en árabe y
aljamiado realizadas por el copista Muhammad Cordilero
en 1577, en Gea de Albarracín (Teruel) y conservado
en la Biblioteca Nacional de España

Este Corán del siglo XV que se conserva en la
Biblioteca PP. Escolapios de Granada, R.16.874
recoge el último cuarto (azoras 38-114). El formato
coránico más común fue la división en cuartos
(azoras 1-6; 7-18; 19 37; 38 114), los llamados
"quatro libros del Alcorán", y cada cuarto conforma
 un volumen independiente, a veces de tamaño
reducido, fácil de llevar, incluso de esconder entre
 la ropa dado su valor protector; hoy en día abundan
 los manuscritos del último cuarto, con las azoras
 más breves y fáciles de memorizar

Corán (azoras 1-18) fechado entre los Siglos XV-XVI
se conserva en el Archivo Municipal del Excmo.
Ayuntamiento de Segorbe (Castellón)

Tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492, capital del último estado musulmán de la Península Ibérica, la Iglesia católica intensificó su labor de evangelización con el fin de cristianizar un territorio en el que aún habitaban comunidades musulmanas de cierto tamaño. Una de las estrategias que se puso en marcha fue el uso del árabe en la predicación; así por ejemplo, Hernando de Talavera alentó la impresión de libros en caracteres árabes, de vocabularios y de instrucciones para que los clérigos pudiesen administrar los sacramentos cristianos en árabe. Pero esto duró poco, y algunos años después, los Reyes Católicos promulgaron varios decretos de conversión que afectaron a la población musulmana, obligándoles a elegir entre la conversión forzosa o al exilio, pero la libertad o la igualdad de derechos entre moriscos (musulmanes convertidos al catolicismo) no estuvo asegurada, siendo siempre sospechosos para las autoridades cristianas. En la recta final del siglo XVI la Inquisición ejercerá una mayor presión sobre los moriscos, acusándolos de la ruina económica de Andalucía y Castilla. También fracasaron los intentos de reconocimiento y tolerancia hacia la población morisca que, pese al largo debate suscitado sobre su veracidad, persiguieron Los Libros de Plomo del Sacromonte, unos textos en árabe, supuestamente de los moriscos granadinos, en los que la Virgen María desempeña un papel importante.

Alfabeto árabe publicado en 1505 por Pedro
de Alcalá, colaborador del obispo de Granada
Hernando de Talavera en su manual
de lengua árabe

Los distintos edictos y sanciones promulgadas a lo largo del siglo XVI obligaron a las minorías islámicas peninsulares de mudéjares y moriscos  a vivir su fe en la clandestinidad, con una vigilancia que llegó al punto de no permitirles cerrar las puertas de sus casas algunos días. Se les obligó a a abandonar algunas de sus tradiciones, vestimentas propias, la celebración de algunas fiestas, la asistencia a los baños públicos, sus nombres musulmanes así como prohibido hablar, leer y escribir en árabe. 

“Otrosí por obviar y remediar los daños e inconvenientes que se siguen de continuar los dichos nuevamente convertidos a hablar arábigo, mandamos que ninguno de ellos ni sus hijos ni otra persona alguna de ellos, no hable de aquí adelante en arábigo ni se haga escritura alguna en arábigo, y hablen todos la lengua castellana”

(Junta de la Capilla Real de Granada, 1526)

Aunque ya no hablaran árabe, los moriscos instruían en el hogar a sus hijos en los rudimentos del idioma de sus antepasados. En algunas zonas rurales de Valencia y Aragón funcionaron pequeñas escuelas clandestinas en casas particulares, además de maestros itinerantes. La represión inquisitorial fue especialmente dura hacia estas poblaciones durante la sigunda mitad del siglo XVI. Como se conserva en el Archivo Histórico Nacional, el proceso inquisitorial de Lope de Monte, vecino de Rodén (Zaragoza): "Confesó que siendo muchacho le enseñó su padre a leer arávigo y después a leer y escribir moriego un morisco de Almonazir, el cual trajo tres cuadernos moriegos con ceremonias de moros." También el testimonio fidedigno del célebre morisco Al-Hayari (o como fue bautizado, Diego Bejarano), natural de Hornachos (Badajoz), cuenta como había aprendido las primeras letras de mano de un tío paterno: "Me sacó un papel en el que estaban escritas las letras del alfabeto siete u ocho veces (...) Y dijo: la primera se lee con terminación de acusativo y se dice a, ba, ta. Y leí aquella y lo comprendí; luego la segunda, con vocal -i, despues la tercera y así hasta la última." 

Abecedario y cartilla para aprender árabe datados entre
 los siglos XVI-XVII procedentes de Hornachos (Badajoz)
 y conservado en la Biblioteca de Extremadura

Este Corán conservado en la Biblioteca Nacional de España
fue realizado por el copista Lubb al-Qrziti en 1505 en
Carlet (Valencia) y muestra los títulos de las azoras
 presentan variantes: la azora 38 (Sad) suele
denominarse Davud (David) o la azora 47
 (Muhammad) recibe el nombre
de al Qital (El combate)

Los manuscritos producidos por mudéjares y moriscos a menudo contienen textos en lengua romance (castellano y aragonés) escrito con caracteres árabes. Este sistema de escritura se conoce como aljamía. Se conservan unos doscientos manuscritos aljamiados que tratan temáticas muy variadas: traducciones de El Corán, textos jurídicos, literatura de viajes, poesía, calendarios, tradiciones islámicas, novela, sermones, tratados de medicina, leyendas, textos proféticos y hasta tratados de magia.

Fragmentos coránicos y alherces (amuletos) de los
siglos XV-XVI procedentes de Calanda (Teruel)
y conservados en el Fondo Documental Histórico
 de las Cortes de Aragón

A pesar de la censura inquisitorial, los moriscos leían, intercambiaban y comerciaban con los libros islámicos prohibidos. Entre las comunidades musulmanas de los diferentes reinos de la Península existía una amplia red de producción e intercambio de libros de la que participaban maestros, copistas, encuadernadores, lectores, libreros, etc. Este mercado de libros clandestino no se limitaba a la compraventa de cuidadas copias de El Corán, también se producían textos jurídicos, científicos y literarios que viajaban entre territorios, muchas veces ocultos entre la mercadería de arrieros moriscos que cubrían las rutas de Valencia y Granada a Aragón, de Aragón a Castilla o incluso en las alforjas de otros que iban y venían al norte de África, así como a los destinos del exilio. Por los hallazgos fortuitos de manuscritos o por sus colofones, conocemos los lugares donde eran copiados, como Ciudad Real, Sabiñán, Calanda, Córdoba, Bellús, Pedrola, Letux, Alborache, etc. Pero también fuera de la península, como en la ciudad griega de Salónica, donde se conservan dos excepcionales traducciones del Corán al español: la de Ybrahim Isquierdo (1568) ( junto al Corán de Toledo, es la única copia redactada en caracteres latinos del corpus coránico mudéjar y morisco, y está conectada por su lenguaje al de la comunidad sefardí tesalonicense) y la de Muhammad Rabadán (1612).

En una de las salas se reproduce a gran escala una
hoja del Corán obra del copista Muhammad Ballester
 ibn Muhammad Ballester, realizado en 1597 en
Aranda de Moncayo (Zaragoza) y cuyo original se
conserva en la Real Academia de la Historia

Los coranes que circularon entre mudéjares y
moriscos heredan la tradición andalusí,
reproduciendo la variante de lectura del
mediní Nafi en sus dos transmisiones, la
de Warsh, aún hoy en vigor en el Magreb, y la
de Qalun, de la que la morisca Nuzaita Kalderán es
reconocida experta, variantes de lecturas que
implican diferencias en la entonación, en la
pronunciación de una consonante o en algún
cambio vocálico, e influyen mínimamente
en la interpretación del texto

Por lo general, las copias que se conservan son de humilde factura, a una o dos tintas (negro para el cuerpo del texto y rojo para las vocales y otros signos diacríticos) y de pequeño formato. Excepcionalmente hay también manuscritos como los de Segorbe o Aranda de Moncayo, donde fueron escritos sobre papel de gran calidad y variados colores y decoraciones, incluido el oro, además de lujosas encuadernaciones. En los colofones, junto al lugar de copia o el nombre del copista, se indica la fecha según los calendarios islámico y cristiano.

Las encuadernaciones moriscas ponen de manifiesto la
mezcla de tradiciones y el mestizaje cultural que existía
en los siglos XV y XVI entre los distintos grupos sociales
y religiosos; junto a los materiales y las herramientas
propias del encuadernador se presentan modelos que
 reproducen originales de encuadernación islámica
tradicional, mudéjar y morisca

Para el morisco de a pie, la posesión de un Corán constituía algo poco común; el tiempo y el coste que suponían las labores de copia hacían del libro sagrado un bien preciado al alcance de pocos. La copia del Corán no es solo una actividad económica, sino que se considera un acto de devoción, imitando las decoraciones andalusíes: cartuchos para enmarcar los títulos de las azoras escritos en letra cúfica; medallones para indicar las subdivisiones litúrgicas; tres puntos dispuestos en forma de triángulo, una letra "ha" o pequeños círculos para indicar una aleya o grupos de cinco o diez aleyas. Los testimonios de profesionales y talleres dedicados a la copia y encuadernación de manuscritos son abundantes como el de la familia Escribano en Almonacid de la Sierra, en Zaragoza, donde se disponía de todo tipo de materiales y utensilios. Junto a cálamos, plumas, papel y pergamino, diversos utensilios eran comunes en los talleres copistas, tales como tinteros, pigmentos de distintos colores, hilos, pieles y lámparas de aceite que, además de para alumbrar el espacio de trabajo, tenían un gran valor simbólico referido en el propio Corán: "Allah es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz es como una hornacina en la que hay una lámpara" (Q. 24:36).

Utensilios que los moriscos utilizarían para escribir

Los que se podían hacer con un ejemplar lo guardaban con celo y como legado familiar pasaba de una generación a otra. La posesión de coranes, como reliquia o para uso litúrgico, están confimada en los archivos de la Inquisión y también existen referencias de la venta y del precio de ejemplares de El Corán, que oscilaban entre los 30 reales pagados a un morisco valenciano a los 100 escudos pagados por un morisco de Aragón. En el Archivo Histórico Nacional, se conserva el proceso inquisitorial en 1607 de Juan de Portugal, natural de Ágreda y vecino de Aranda de Moncayo: "Este reo tiene por oficio escribir libros de la secta de Mahoma y venderlos entre nuevos convertidos (...) que había escrito el libro del Alcorán que refieren los testigos y que le había vendido al mismo tiempo por precio de treinta escudos (...)".

Aprender de memoria el libro sagrado constituía un mérito indiscutible, pues se aprendía la palabra de Allah y la base de la liturgia islámica y de los ritos de paso como el nacimiento, el matrimonio o la muerte, siendo objeto de estudio, memorización, copia y traducción. Entre las mujeres "alfaquinas" y memorizadoras de El Corán, destaca la Mora de Úbeda, una anciana granadina que, según el célebre morisco castellano Mancebo de Arévalo, le permitía "dar grandes brincos sobre nuestro onrado Alcorán", es decir, citar diversas azoras y aleyas de manera alternativa y de modo conveniente.

Cómic “Los libros ocultos de los moriscos”
© Ernesto Anderle, Editions Petit à Petit
& EuQu 2025. Adaptación Universidad
de Granada (Área de Recursos
Gráficos y Edición)

El texto de El Corán se halla dividido para su uso litúrgico en "hizbes" (hizb), la sesentava parte del Corán. Otras divisiones permiten concluir la lectura de todo el Corán en Laylat al Qadr, la noche del 27 de ramadán. Un segundo formato muy en boga entre los moriscos fueron las selecciones coránicas: pequeños volúmenes compuestos por los dos últimos "hizbes" del Corán (azoras 78-114) junto a las azoras 1 (Fatiha), 36 (Ya sin) y 67 (al Mulk) y una selección de aleyas. Con ellas cubrían sus necesidades litúrgicas al recoger azoras usadas de oraciones como el "colhua" (Q. 112), el "alhandu" (Q. 1) o la 36 (Ya sin), recitada en el ritual funerario. Estas selecciones, en los inicios sólo en árabe, se fueron acompañando de versiones al romance potenciándose su uso como material educativo. Estas traducciones, escritas en caracteres árabes o latinos, podían ser interlineales o consecutivas, y solían ir acompañadas de comentarios a partir de la literatura exegética.

Pero El Corán también fue objeto de estudio en la península por intelectuales cristianos como el obispo de Granada, Pedro de Castro, quien se preciará de contar con ejemplares de El Corán con anotaciones que denotan su uso como material para el aprendizaje del árabe en su biblioteca. A las primeras traducciones latinas sucedió la versión árabe-latín-castellano auspiciada en 1455 por Juan de Segovia con la colaboración del alfaquí segoviano Iça de Gebir en una estrategia de acercamiento al Islam. Además, el mudéjar Juan Gabriel de Teruel participó en 1520 en la traducción latina promovida por Egidio de Viterbo, defensor del diálogo interreligioso. También en 1566, el obispo de Guadix Martín Pérez de Ayala, de gran formación teológica, publicó el catecismo “Doctrina Cristiana, en lengua aráviga y castellana para la instrucción de los nuevamente convertidos deste Reyno” y dejó otro sin terminar, siendo editado a finales del siglo XVI bajo el título de Catecismo para los nuevamente convertidos de moros, impreso por orden del Patriarcha de Antiochia y Arçobispo de Valencia, D. Juan de Ribera. 

Retrato en pintura al óleo de Martín Pérez de Ayala,
 obispo de Guadix, de Segovia y arzobispo de
Valencia realizado por el artista Juan de Sevilla
Romero y Escalante ca. 1675 procedente de
la Universidad de Granada

Pero este espíritu conciliador no dominó siempre entre las relaciones cristianas e islámicas: Juan Andrés, alfaquí de Játiva convertido al cristianismo, realizará una nueva traducción bajo los auspicios de Martín García, inquisidor de Aragón, que usará en su polémica anti-islámica recogida en sus "Sermones" (1517). Finalmente, los distintos Índices de libros prohibidos de la Inquisición incluyeron todos los libros "de la secta de Mahoma, escritos en arábido, o en romance, o en cualquier otra lengua vulgar". A principios del siglo XVI, los moriscos pudieron beneficiarse del perdón de la Iglesia entregando sus bibliotecas, mientras que aquellos que las conservaron en secreto fueron perseguidos por la Inquisición. No pocos ejemplares de El Corán acabaron en manos de esta institución, destruyéndose en su mayor parte, además de las purgas masivas de obras islámicas.

Glosario árabe aljamiado de términos de diferentes
azoras en papel datado en el siglo XVI y que fue
descubierto en Almonacid de la Sierra (Zaragoza)
y conservado en la Biblioteca Tomás Navarro
Tomás (CSIC), RESC/40

Tras el desahucio de sus inquilinos y su expulsión de la Península Ibérica, entre los muros y falsos techos de las casas que fueron de los moriscos, permanecieron ocultos durante siglos. En agosto de 1884, al levantar el falso suelo de una casa en la localidad zaragozana de Almonacid de la Sierra, se descubrieron cientos de códices árabes y aljamiados, junto con diversos utensilios de encuadernación. Según recogió Francisco Codera en su artículo "Almacén de un librero morisco descubierto en Almonacid de la Sierra" publicado en ese mismo año en el Boletín de la Real Academia de la Historia, V (269-270) "Dichos manuscritos estaban escondidos en el espacio que mediaba entre un piso ordinario y un falso piso de madera habilmente sobrepuesto y de modo que los libros han estado ocultos cerca de tres siglos, sin que nadie se haya apercibido de su existencia." Desgraciadamente, los albañiles pensaron que eran libros sin ningún valor y fueron arrojados a los esconbros, mientras que otros fueron quemados para divertimento de los muchachos del pueblo, sin embargo un centenar de manuscritos consiguieron sobrevivir y se conservan en la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC en Madrid, como legado de nuestro pasado para las futuras generaciones.

Mapa de los hallazgos de manuscritos árabes y aljamiados

Durante las labores de reforma del palacio de la Aljaferia
de Zaragoza, se hallaron entre las maderas de la techumbre
del Salón del Trono de los Reyes Católicos seis hojas de
 un Corán del siglo XIII, permanecieron durante siglos presidiendo en silencio este real sitio. Esta ocultación,
 tan cargada de significado, fue obra de albañiles moriscos
que trabajaran en el reacondicionamiento de este antiguo
palacio andalusí que pasó a manos de los monarcas cristianos
y que ahora se conservan en el Fondo Documental
Histórico de las Cortes de Aragón

El oficio del cálamo sigue vivo, como es el caso de este
Corán caligrafiado por el copista Hüseyin Kutlu e
impreso en Turquía en 2009, en el que destaca su
cuidada encuadernación y decoración interior con
predominio del dorado combinado con
otros colores como el azul

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