La Alhambra desde los Reyes Católicos
El palacio real de la Alhambra fue la última muestra del esplendor de la cultura hispanomusulmana. En él, los reyes nazaríes se rodearon de sabios, músicos, poetas, astrólogos, matemáticos y poetas que hacían más alegre la vida de los sultanes. Pero un día fueron expulsados por los cristianos y, desde entonces se ha convertido en un lugar lleno de leyendas de tesoros, princesas cautivas, etc. Adaptándose a los avatares históricos, la Alhambra era un ser vivo que crecía y se embellecía con el tiempo, hasta que, como a todo ser vivo, le llegó el día de la muerte. La Alhambra de hoy no es un producto casual; lo que se ella hicieron los Reyes Católicos (1474-1504) y especialmente Carlos V (1516-1556) tiene una trascendencia fuera de toda duda para su lectura. La decisión más importante fue la de ofrecer una dicotomía, en cierto modo salvadora, que ofrecía dos visiones complementarias: la Casa Real Vieja que eran los palacios de Comares y Leones y la Casa Real Nueva, el gran palacio de Carlos V con el que selló el proyecto de ciudad áulica en el lugar más insólito de la España musulmana.
La Alhambra es una de las pocas acrópolis musulmanas medievales que ha llegado en buen estado de conservación, sobreviviendo a la destrucción del hombre y del tiempo, uno de los palacios reales mejor conservados del mundo islámico. El reinado del último rey de Granada, Boabdil o Mohammed XIII, estuvo repleto de intrigas: encarcelado por su propio padre hasta 1486 para alejarle del poder y su tío el Zagal dirigió autoritariamente la ciudad hasta su muerte en la fecha citada. Así, cuando Boabdil toma las riendas del reino hasta 1492 tiene que soportar el final de una guerra de diez años, y viendo como el Estado se deteriora por momentos por la política de asedio llevada por Castilla (devastación de las cosechas, continuas razias e incursiones que cercan la ciudad), decide firmar las capitulaciones de Santa Fe, pasando La Alhambra a manos cristianas sin asalto, casi en secreto e intacta aunque con el deterioro de murallas, torres y aposentos tras el terremoto del 27 de julio de 1431 (pocos días después de la entrada de Juan II en la Vega en la batalla de Higueruela) y por los pocos recursos del último rey nazarí para reparar estas construcciones.
En enero de 1492, los Reyes Católicos entraron triunfalmente en La Alhambra, alzándose una cruz en la Torre de la Vela, junto al estandarte de Castilla y el pendón de Santiago, a los gritos de "¡Santiango! ¡Castilla! ¡Granada!", repetido tres veces. Encontraron una fortaleza de murallas coronadas por casi una treintena de torres defensivas que se extendían por la cumbre de una colina, la Sabika, sin simetría, pero que impresionaban por su color rojizo, su perfil cambiante y su disposición como atalaya de la ciudad de Granada, vigilando la llanura verde a sus pies.
En estos primeros años los Reyes Católicos crearon instituciones de gran relevancia como la Capitanía General, instalada en la Alhambra -cuyo titular tenía la consideración de virrey-, la Fábrica de Moneda y el Arzobispado. A Granada le fue concebido el derecho de acuñar moneda, privilegio que sólo tenían ocho ciudades del Reino. La fábrica de moneda se situó en el Albaicín, en el edificio del Maristán, antiguo hospital nazarí.
Pronto el rey Fernando El Católico nombró alcaide de La Alhambra a Íñigo López de Mendoza, segundo Conde de Tendilla y su familia mantuvo el cargo de Alcaide hasta el siglo XVIII (cuando Felipe V les desposeyó del mismo por su apoyo a los Habsburgo en la Guerra de Sucesión), residiendo en el Palacio de Yusuf III. Desde el primer instante de la conquista cristiana los Reyes Católicos y su alcaide y capitán general, el conde de Tendilla, favorecieron la repoblación civil de la ciudad de La Alhambra, siempre teniendo en cuenta el peso específico que tendrían los militares dada la condición de fortaleza y sede de la Capitanía General del reino de Granada.
¿Qué opinaban los cristianos contemporáneos de La Alhambra? Debieron quedar completamente fascinados por el misterio por todo lo que no conocían, y curiosidad porque la Corte nazarí -dentro de un contexto de regresión y economía de subsistencia- no quiso renunciar a la sofisticación del mundo oriental del que eran legatarios, refinada y sorprendente para los cristianos. Por ejemplo el uso del agua para la higiene les fascinaba, así como la polifunción de los espacios nazaríes frente a unas construcciones pesadas y nada gráciles de las fortalezas defensivas, funcionando igual en invierno o en verano, según se usaban alfombras de lana o de seda o donde se utilizaban cortinas para aislar espacios que lo mismo servían como espacios de corte como de habitaciones reales, todo ajeno a un mundo más protocolario.
La Alhambra, considerada inexpugnable durante tres siglos, pudo haber sido reducida a escombros por la primera reina cristiana que la había rendido y borrar las alabanzas al dios de los musulmanes y el emblema de los vencidos de sus paredes, sin embargo ordenó que todo fuera respetado. Según cuentan, la reina castellana quedó sorprendida al acceder al interior de los palacios nazaríes, ante los miradores de intrincadas celosías, la geometría infinita de los azulejos de sus zócalos, las cúpulas divinas de mocárabes y el rumor del agua de sus fuentes. El corazón de los palacios nazaríes, Leones y Comares, parecían intocables, esperando la venida del rey, ya que desde Isabel y Fernando se consideraban la esencia de la Casa Real. A la llegada de los Reyes Católicos, el estado de conservación del conjunto alhambreño dejaba bastante que desear y necesitaba urgentes reparaciones que se emprendieron con celeridad por operarios musulmanes como garantía de éxito. Se hicieron inversiones en obras de fortificación y en la restauración de los palacios nazaríes que fueron bautizados como "Casa Real", dividida en dos cuartos: Comares y Leones.
Los Reyes Católicos fueron los primeros que mandaron conservar “tan suntuoso y excelente edificio (…) para que quedara perpetua memoria”. En los meses posteriores a la rendición de Granada, la corte tuvo que seguir viviendo en el Real Sitio de Santa Fe a la espera de que finalizasen las obras de acondicionamientos y las reformas necesarias de la Alhambra. Fue Fernando el Católico, quien personalmente controló y supervisó las primeras obras, subiendo a diario a la Alhambra desde el 3 al 8 de enero junto a Tendilla. Durante esos días, el monarca se dio cuenta que necesitaba personal especializado para reconstruir la ornamentación de yesería y artesonados de madera de exquisita manufactura nazarí. El 12 de Febrero de 1492, el rey solicitó al Concejo de Sevilla obreros cualificados para las labores más delicadas de restauración de los palacios. El 23 de marzo del mismo año solicita la ayuda de obreros mudéjares zaragozanos con tanta urgencia que inclusive les costeó el viaje a Granada.
El 7 de abril de 1492 se instalaron en una Alhambra apenas rehabilitada, permaneciendo en ella hasta el 4 de mayo. Sin embargo este deseo de conservación no fue exclusivo de los monarcas cristianos ya que algunos nobles, entre los que destaca el conde de Tendilla, no dudaron en librar cantidades de su peculio particular en las ocasiones de urgencia en que faltaba dinero para la financiación de las obras. Todos eran conscientes del peligro que suponía la población morisca, superior numéricamente a la cristiana en Granada por lo que desde 1492 a 1495 se realizaron en la Alhambra las obras necesarias para que la población cristiana pudiera resistir un asedio. El valor total de estas primeras intervenciones ascendió a 3.850.535 maravedíes.
Esta imagen muestra el contraste de yeserías, pintura nazarí y las obras renacentistas de los Reyes Católicos en el Cuarto Dorado En una segunda visita de los Reyes Católicos en 1499, que duraría de julio hasta finales de ese año cuando el temible frio granadino les empuja a Sevilla; tras aceptar las generosas condiciones de los Reyes Católicos para la rendición (libertad religiosa y personal, el mantenimiento de sus propiedades, armas y derecho musulmán, etc.), la llegada de Cisneros a Granada, en 1499, endureció la situación con la conversión forzosa de la población islámica que provoca la revuelta del Albaicín (tras la rápida represión por el conde de Tendilla, virrey de Granada, los Reyes Católicos decidieron en 1502 obligar a los musulmanes a elegir entre la conversión o el exilio). Los reyes egresarían al verano siguiente para una estancia de algo más de un año, hasta octubre de 1501, momento en que vivieron el dolor de la pérdida de su nieto, el príncipe don Miguel, heredero de la Corona (ya habían perdido a su hijo, el príncipe don Juan), dando así entrada a doña Juana como legítima sucesora. También tendría lugar el casamiento por poderes de otra hija, la infanta doña María, el 24 de agosto de 1500, con el rey de Portugal, Manuel I, y unos meses antes, en mayo, se despedía de sus padres la infanta doña Catalina para ir a Inglaterra a desposarse con el príncipe Arturo. En el Salón de Embajadores recibirían a Cristóbal Colón a su regreso del tercer viaje a América para ser perdonado tras los incidentes en la isla de la Española. |
La pintura mural debió ser un recurso fácil y efectivo para sellar la ocupación del palacio nazarí por sus nuevos poseedores |
Desde la entrada de los Reyes Católicos en Granada se hicieron reformas en el Mexuar, conviviendo elementos cristianos y musulmanes, en un espacio que Isabel la Católica convirtió en capilla. Dónde y cómo vivieron los Reyes Católicos en la Alhambra no es fácil de precisar con exactitud, pues aunque la documentación en cuanto a inversiones en obras de fortificación y restauración de los palacios nazaríes es relativamente rica, sólo sabemos que Fernando e Isabel ocuparon la conocida como “Casa Real Vieja”, es decir, los palacios de Comares y de Los Leones, pudiéndose decir que todo el flanco norte de la muralla comprendida entre el actual patio de Machuca, a la entrada del Mexuar, hasta la torre de Comares y su prolongación al otro lado de esta fue el espacio más rehabilitado para residencia real durante el reinado de los Reyes Católicos hasta la familia de Felipe V de Borbón a tenor de la documentación conocida. Alcaides y gobernadores tenían su casa en el área del Mexuar y sólo los Tendilla-Mondéjar gozaron del privilegio de poseer el palacio nazarí de Yusuf III, en la zona de El Partal, por concesión de los Reyes Católicos. Similar suerte corrieron los nobles que contribuyeron a la Guerra de Granada; casas más modestas y aposentos en torres fueron ocupadas por soldados y hombres de confianza, derechos que se perpetuaron en el tiempo y que luego se ampliaron o cambiaron en manos del alcaide, capitán general, a los hombres de su entorno.
Recreación en el Parque Puy du Fou de la capilla de Isabel La Católica en el palacio del Mexuar de La Alhambra |
Lo cierto es que la torre del Peinador, la del Homenaje o la de la Justicia acogieron a nobles, militares de alta graduación y altos cargos de la Administración, recluidos en ellas por delitos de la más variada indole (entre esos ilustres, el más sonado, y por motivos políticos, el conde Aranda, quien de forma excepcional ocupó las habitaciones del emperador, casi hasta el final de sus días). Sin duda, muchos de los castigados tuvieron que ver con los avatares de las guerras, a las que la Alhambra de modo directo o indirecto no podía ser indiferente, como la rebelión de los moriscos en 1568 o la invasión napoleónica a comienzos del siglo XIX que en un principio los franceses tuvieron las mejores intenciones a la hora de intervenir y proteger el monumento pero que al final decidieron dinamitar sin éxito en su retirada.
Dos grandes barrancos separaban la colina del resto de la población: uno al este por donde ascedía un camino que la separaba de otro montículo más elevado coronado por la fortificación del Cerro del Sol, en cuya falda se alzaba una edificación enjalbegada, el Generalife, mientras que al sur, el llamado barranco de la Sabika, lo aislaba de otro montículo, el Mauror, rematado por las antiguas torres Bermejas. Se varió el acceso a la fortaleza y con él a la ciudad, eclipsándose la importancia de la Puerta de las Armas, punto de entrada para la población en época nazarí, que subía desde lo que hoy es Plaza Nueva, bordeando el lado norte sobre el río Darro, para abordar de forma más directa el área palatina donde había de resolver los asuntos administrativos usuales, convirtiéndose la Puerta de La Justicia o de La Explanada en la puerta principal.
La Puerta de la Justicia reforzó su defensa con un bastión moderno para el control militar de las entradas y salidas a La Alhambra |
Hacia 1540 la nueva vía de comunicación entre Granada y La Alhambra sellaba su importancia con la construcción de la Puerta de las Granadas, de empaque renacentista y símbolo de la presencia imperial en Granada, allí donde se cruzaba la muralla, para convertir a la Cuesta de los Gomérez para dar con la Puerta de La Justicia tras superar una empinada cuesta |
Las barreras físicas y administrativas hicieron que ciudadanos alhambreños murieran sin haber pisado apenas Granada y muchos granadinos que suspiraban por conocer las maravillas interiores de aquellos palacios de los que habían oído hablar, pero que la visita estaba velada salvo en la fiesta conmemorativa del día de la Toma, el 2 de enero de cada año (al que al parecer se llegó a conocer como “San Granada”). Aún así, para entrar en la Alhambra era necesario pagar una entrada (anticipo del futuro turístico del monumento) que en aquel momento no dejaba de ser una corruptela al contravenir el respeto y decoro que exigía una casa del rey, pues la Alhambra, Sitio Real, fue poco frecuentada por los monarcas españoles (para las visitas de los reyes, la Alhambra se engalanaba y la Administración procuraba con gran esfuerzo remozar su maltrecha arquitectura) pero nunca olvidada pues durante el siglo XVI, la fortaleza militar tuvo rango de Capitanía General, con la presencia de la guarnición de tropa que impregnó la vida en la Alhambra.
Los nuevos dueños de La Alhambra no quisieron borrar el recuerdo de los nazaríes, abandonando o destruyendo su obra. Por el contrario, la estimación por la arquitectura nazarí fue motivo de admiración tanto por parte de los reyes como de su corte, así como sus descendientes, cuya restarcorreria a cargo de maestros y materiales de origen granadinos en un primer momento. Doña Juana, hija de los Reyes Católicos y madre del futuro emperador Carlos V expresaba la voluntad de sus padres y la suya propia en 1515: "la dicha Alhambra e Casa esté muy bien reparada e se sostenga, porque quede para siempre perpetua memoria". El emperador Carlos, a su llegada en junio de 1526 asumió por una parte el compromiso de su madre y sus abuelos y por otra se vio, como sus antepasados, seducidos por la propia experiencia de vivir entre aquellos muros, invirtiendo para ellos la suma de 12.000 ducados anuales para obras de mantenimiento en la Alhambra y con el pensamiento de residir allí algún día “por ser lugar amenísimo y el más bello del mundo”. Como excelente administrador estuvo atento a las necesidades del complejo palatino.
El Patio de la Reja fue el resultado de la
reforma cristiana en 1526 (arriba se
aprecia la reja que da nombre al patio
desde el siglo XVII)
Carlos V, nieto de los Reyes Católicos y consciente y conocedor de los valores y del aprecio de sus antepasados por esta casa real, visitó la ciudad de Granada durante su viaje de bodas con Isabel de Portugal en ese caluroso junio de 1526. Seis meses duraría la estancia del matrimonio real en la Alhambra y en Granada, ya que no toda la corte pudo alojarse en el recinto de la Colina Roja. La joven pareja quedó tan encantada con la ciudad y la Alhambra que decidieron instalarse en ella durante una temporada. Para ello se reformaron varias estancias y espacios en los palacios nazaríes, lo que propició la creación de los patios de la Reja y de Lindaraja, reflejo de la concepción cristiana de los espacios abiertos interiores.
Este capitel nazarí (R.E 2780 en el Museo de La Alhambra y datado en el reinado de Yusuf I, siglo XIV) de mármol, se encontraba reutilizado en época imperial de Carlos V, en la galeria baja del patio de la Reja |
Destinado a proporcionar un ambiente adecuado
para la contemplación y el reposo, el Patio de
Lindaraja evoca el aspecto de un claustro monacal
cristiano a través de las galerías porticadas
en torno al jardín central presidido por una fuente
Pero los nuevos aposentos apenas fueron utilizados ya que un terremoto asustó a la Emperatriz quien prefirió el monasterio de los Jerónimos para vivir con su séquito hasta que se acondicionaron sus habitaciones en el núcleo del Mexuar, en torno al Cuarto Dorado. Muchos años después, Washington Irving escribió en estas habitaciones una de las primeras y mas importantes obras de la literatura americana en 1828: Los Cuentos de la Alhambra. Las improvisadas habitaciones construidas en el ámbito del jardín de Daraxa o de Lindaraja que rompen con las relaciones visuales y preceptivas entre el palacio de Los Leones y la ciudad al cortar, con habitaciones y galerías, el jardín probablemente más bello de la Alhambra, disfrutando desde su estancia más secreta y sensual. Esta es probablemente, una de las mutaciones más radicales de la Alhambra hispanomusulmana y su interés reside precisamente en el enfrentamiento de formas muy diferentes de habitar, forzando un entorno de tipo claustral que se percibe como una gran colisión con los espacios concatenados y semiabiertos fronteros a este ángulo que se preservó, en su origen, de toda construcción.
El patio de la Lindaraja reemplazó a los
jardines nazaríes que hasta la reforma
impulsada por Carlos V habían ocupado
el amplio espacio existente entre la parte
posterior del Palacio de los Leones
y la muralla septentrional de la Alhambra
En su conjunto, la conformación de los patios de Lindaraja y de la Reja, entre los cuartos de Comares y Leones incorporando los Baños Árabes, ponen de manifiesto una sutil y efectiva manera de conjugar espacios y modos de vida tan diferentes como el oriental y el occidental sin perder nunca la conexión con la obra nazarí, tratándose de hecho, de una prolongación de aquella, pero con una decoración y compartimentación distintas en las que lo privado y lo público se suceden en un continuo espacial y sobre todo donde la apertura al exterior por medio del mirador difiere abiertamente del concepto intimista musulmán.
La taza superior de la fuente de mármol blanco, ubicada en el centro del Patio de la Reja, es de origen nazarí y vierte el agua en una base de diseño octogonal |
La Alhambra fue sede imperial por unos meses, tratándose en sus salones nazaríes asuntos de la mayor trascendencia para la política internacional del César Carlos, de fraguarse en buena medida el descubrimiento de América, pasando por ellos artistas italianos, franceses y flamencos (aparte de los nacionales) y ser sus jardines el escenario en el que se introdujo la métrica italiana para la poesía del Renacimiento en España como relata Boscán, el poeta y ayo del duque de Alba, al que acompañaba en Granada, camino pronto seguido por Garcilaso de la Vega, presente allí también, y que encontraría en el séquito de la emperatriz a doña Isabel de Freire, la Eloísa de sus enamorados versos, ejercicio y demostración de la nueva métrica.
Todos ellos fueron requeridos para una obra excepcional en su género: el palacio del emperador, denostado tantas veces como injuria al palacio nazarí. Con independencia del problema de escala, lo que queda claro con la construcción del Palacio de Carlos V es la voluntad de romper la función de la Calle Real Baja que mantenía comunicados a Comares y Leones, buscando un maridaje más íntimo: el patio de los Arrayanes se une al palacio de Carlos V a través de la esquina ochavada de éste, bajo la capilla octogonal de la planta noble. El resultado final es una marca ampliada, geométricamente menos perfecta, que acepta el carácter fronterizo de los otros palacios, se integra en el juego y además inserta un patio totalmente ajeno a los lenguajes precedentes: circular, forma absoluta, introductora del universo, que al final acaba sintonizando con las maravillosas cúpulas hispanomusulmanas de la Alhambra.
La construcción del palacio renacentista junto a los nazaríes, culminación de los reyes cristianos y el sueño frustrado de la residencia del emperador, supuso nuevas aperturas en la muralla del flanco meridional para facilitar un acceso más cómodo y directo a los carruajes transportadores de materiales; así es como se abre la llamada puerta de los Carros o del Carril, con su potente arco moderno rebajado en piedra, y que aún en la actualidad sigue cumpliendo la misma función de facilitar la entrada de vehículos.
La Puerta de los Carros, en la muralla de La Alhambra fue abierta en el siglo XVI para introducir los materiales de construcción del palacio renacentista de Carlos V |
Entre 1530 y 1570, con la edificación del palacio renacentista, se dio cita en la Alhambra a un nutrido grupo de canteros en sus diferentes categorías de maestros, oficiales y simples cortadores; escultores y pintores, nacionales y extranjeros, a los que había que añadir la nómina de albañiles, carpinteros, cerrajeros, cañeros y jardineros. Unos y otros, convivieron en un ambiente y espacio reducidos donde caminaban en paralelo las tendencias artísticas más novedosas que podían darse en la Península Ibérica en esos momentos con la más fiel herencia a la tradición medieval islámica.
El Palacio de Carlos V se proyectó con edificios anejos de menor altura que cerraban dos plazas: una a poniente de 70 por 42 metros para caballerizas, recepciones y juegos ceremoniales y otra al sur de 22 por 33 metros para dependencias administrativas y también para caballerizas. La extensión de la plaza principal y la búsqueda de una relación más intensa con el Palacio de los Leones hizo que se planeara una ubicación más al este que se abortó para no interferir con la iglesia de Santa María levantada sobre la antigua mezquita de la Alhambra.
El palacio de Carlos V busca de forma inteligente una simbiosis con los palacios nazaríes y admite el lienzo sur de Comares, como adherido a su piel, a modo de impronta que salva, dentro de un contexto de relaciones complejas, la composición del patio de los Arrayanes. Consiste en una operación de gran interés desde el punto de vista de la organización del espacio y de la inserción de una nueva forma de habitar. El Palacio de Carlos V es la estructura más importante de esta transformación, uniéndolo a los palacios nazaríes de Comares y de los Leones, que se conciben como un anejo que completa, con tintes exóticos, el programa más auestero protagonizado por el bello palacio renacentista. Éste se alza en buena parte del recorrido de la calle Real Baja suprimiendo el vínculo urbano que servía de enlace de los palacios nazaríes e inscribe nuevas habitaciones y galerías cerrando el ámbito del jardín de Daraxa o de Lindaraja: Carlos V utilizaba con cierta frecuencia el Palacio de los Leones y concretamente la Sala de las Dos Hermanas, donde disfrutaba de suculentos banquetes en privado (cuando no se veía obligado a acudir a recepciones oficiales) sentado desde las estancias altas de la sala para poder gozar mientras comía, no ya solo de la belleza de uno de los espacios más suntuosos por lo ornamental de la Alhambra, cubierta por la mayor bóveda de mocarabes existente, sino de una vista en lontananza del Albaicín a través del mirador de Daraxa, esa delicada ventana geminada que asoma hoy al patio de Lindaraja enmarcando una visión melancólica de ese jardín claustral.
Similares a estas fueron las vistas que Carlos V podía disfrutar desde la Sala de Dos Hermanas, hacia el Albaicín, en suma, un espacio de capricho tanto por dentro como por fuera |
A diferencia del comedor, no conocemos con exactitud donde tendría el emperador su alcoba ya que el plano general más antiguo de la Alhambra, el llamado Plano Grande -conservado en el Palacio Real de Madrid- no indica este detalle entre las diferentes anotaciones sobre los aposentos de la corte, como donde residía el camarero mayor del emperador, el conde de Nassau, en la crujía sur del patio de los Leones, junto a la sala de los Abencerrajes, por lo que cabe pensar que esta suntuosa estancia, frontera a la de Dos Hermanas, hubo de ser el lugar de descanso de Carlos V. Si sabemos que al fondo de la llamada Sala de los Reyes, en el lado oriental del patio de los Leones y equidistante a las dos salas citadas anteriormente se situaba la capilla, importante elemento en los usos y costumbres diarios del monarca, lo que refuerza al Palacio de los Leones como núcleo principal de la residencia imperial y también la continuidad de usos con relación a sus abuelos, los antecesores en la Alhambra.
Plan Especial de Protección y Reforma Interior de la Alhambra y Alijares. Geometría, Monografías Málaga, 1986 |
La breve estancia del emperador Carlos finalizó bruscamente debido a los acontecimientos políticos: tras la liberación de Francisco I de Francia tras su prisión madrileña en vísperas de la boda imperial, rearmado políticamente en coalición con la mayor parte de los príncipes y reyes de Occidente y de forma más atrevida con el turco, incumpliendo su palabra, manda a su embajador, Juan de Cabilmonte -arropado por todos los representantes de la Liga ya conformada contra el emperador y respaldado por el embajador del Papa Clemente VII, Baldasare Castiglione- a exponer una serie de reclamaciones al césar Carlos en una audiencia que seguramente ocurrió en el Salón de Embajadores. A continuación, La Alhambra sería escenario de un último acontecimiento político, la convocatoria del Consejo de Estado, preludio de la convocatoria de Cortes en Castilla al año siguiente. Quizá su etapa en la Alhambra y en Granada, a las que nunca volvería, fuera la más feliz de su vida.
Ni Carlos e Isabel, ni tampoco su hijo Felipe II, que con toda razón debió ser aquí engendrado, disfrutaron de estos incomparables balcones sobre el río Darro. Además, hay que en cuenta que en el reinado de Carlos V tuvo lugar el levantamiento de los moriscos y la consiguiente campaña militar para su sometimiento, sangrienta y de duras consecuencias económicas, uno de cuyos efectos más directos sería la brusca parada en las obras del Palacio de Carlos V, financiado con un impuesto extraordinario de diez mil ducados anuales pagados por los sublevados por el mantenimiento de ciertas costumbres moriscas.
Felipe II confió a su arquitecto, Juan de Herrera (artífice de El Escorial), la dirección del inconcluso palacio proyectando una ampliación en altura que lo asemejaría al palacio de Aranjuez, y que permite pensar en un uso efectivo por parte del rey. Desde Badajoz, Felipe II da a Juan de Herrera instrucciones en 1580, no sólo con ese objetivo, sino además estaba preocupado por las noticias que le llegaban del mal estado de la Casa Real Vieja. Sofocada la rebelión de los moriscos en el mismo año de 1580 procuraba 6.000 ducados, transferidos de lo asignado a la Casa de Contratación de Sevilla, para reparaciones y continuación de las obras del Palacio de Carlos V. Poco después, el maestro mayor de la Alhambra, Juan de Minjares, aparejador y estrecho colaborador de Herrera en El Escorial y Sevilla, y por supuesto aquí en la Alhambra, enviaba un detallado y precioso informe con todo lo que había que arreglar en “las Casas Reales del Alhambra de Granada, que su Majestad manda reparar”. Nada más que el importe de los arreglos de los dos cuartos reales, Leones y Comares, ascendían a 50.000 reales. La mayor parte de estos reparos afectaban a solerías, alicatados de azulejos y paños de yeserías y cubiertas de tejas, siempre rehaciéndolas sobre patrones, técnicos y materiales tradicionales.
La huella herreriana ha quedado visible
en el gran zaguán occidental del palacio
de Carlos V, en la escalera de comunicación
con el patio de Arrayanes, abierta en el
zaguán norte, y sobre todo, en el segundo
cuerpo de la portada occidental
Administradas por la Real Hacienda, la obras de restauración y acondicionamiento iniciadas en la etapa de los Reyes Católicos (con una cantidad del dinero proveniente de las rentas cobradas a la población morisca granadina hasta la sublevación de 1568) fueron continuadas por su nieto Carlos V y su bisnieto Felipe II con otras fuentes de financiación (como se recoge en el libro de Gaspar León) pero abocadas al abandono al comienzo de la dinastía de los Borbones en el siglo XVIII, pues tras la visita regia de Felipe V en 1730, se hicieron las pertinentes inversiones para adecentar los palacios nazaríes pero posteriormente la caída se aceleró. La sustitución de la guarnición ordinaria por una Compañía de Inválidos es indicio del desinterés militar de los Borbones hacia la fortaleza, a lo que se unía la escasa asignación real al Sitio de la Alhambra (una decimoctava parte de lo que recibía el Sitio de Aranjuez según estimó en 1977 Cristina Viñes).
La cúpula de la Sala de los Mocárabes quedó destruida por la explosión en 1590 de un polvorín cercano, siendo cubierta por la actual bóveda de yeso, diseñada en 1714 por el pintor Blas de Ledesma en estilo tardorrenacentista, de cara a la visita de Felipe V de Borbón y su esposa Isabel de Parma, a quienes corresponden las iniciales F e Y que figuran en el extremo |
Techo del siglo XVIII de la Sala de los Mocárabes |
Aún en época de Felipe II, como hicieran los Reyes Católicos, se procuró mantener a los cañeros originarios, conocedores de la red hidráulica de La Alhambra y expertos en su cuidado y reparación. El maestro mayor de las obras de la Alhambra, Luis Machuca, en un informe sobre el mal estado de la fortaleza y en particular de las Casas Reales, recomendaba hacerse con más cañeros porque el único que había era ya muy viejo: “Y si el dicho falta y no aviendo instruido a otros en los dichos caños hará notabilísima falta a las dichas Casas Reales a causa de no saber el gobierno de los dichos caños porque en solas las dichas Casas Reales ay más de treinta y dos fuentes que corren agua, separadas unas de otras, tiniendo sus madres y alcañares, que son en mucha cantidad, y faltando el dicho cañero queda todo muy confuso y a oscuras”. Esta preocupación por el agua que tuvo el alcaide de la Alhambra se plasmó en una serie de disposiciones administrativas hechas por el tercer conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza, recogidas y ampliadas por su hijo, el cuarto conde de Tendilla, don Luis Hurtado de Mendoza, en 1563 con motivo del nombramiento de Pedro de Segura, alcalde de la Alcazaba, como “Administrador de las Aguas”. Estás órdenes giraban en torno a la vigilancia y cuidado de la Acequia Real a lo largo del recorrido completo por el interior del recinto, desde la torre del Agua hasta los aljibes, principio y final del trayecto con el objetivo de evitar el robo o reparto indebido a particulares del agua, la protección del cauce embovedado en todo el camino para asegurar la limpieza y potabilidad del agua con prohibiciones precisas, como evitar el lavado de ropas y enseres a menos de diez pasos, la cría de patos o ansares en los cauchiles o derivaciones menores de la acequia o dejar libremente a los cerdos sobre la misma por la propensión de estos animales a levantar piedras hociqueando. Se precisaba también que el agua de los aljibes solo podía sacarse en cántaros y se obligaba al cañero, y en última instancia al administrador que nunca faltase agua en el pilar público y en los lavaderos comunes, citándose a tal fin la alberca de El Partal y otra que se situaba cerca del contador Juan López, que debía estar en las inmediaciones del llamado Palacio de los Abencerrajes, luego Casas del Contador.
Particularmente brillantes fueron los festejos y agasajos ofrecidos por la nobleza granadina en 1624 con motivo de la llegada Felipe IV y su esposa Isabel (y posteriormente, un siglo después, Felipe V y su esposa Isabel de Farnesio), entre justas caballerescas, representaciones teatrales y fuegos de artificio, siendo el primer monarca español en ver y usar la Casa Real de la Alhambra completa, es decir, en sus dos unidades de que se componía una vez, si no acabado, sí puesto en pie el Palacio de Carlos V: La Casa Real Nueva y la Casa Real Vieja, como explica don Gaspar de León, unidas pero diferenciadas. Todo lo que no pudieron disfrutar de la Alhambra ni el emperador ni su hijo y su nieto, sí pudo en cambio hacerlo Felipe IV durante su visita, dentro del viaje que hizo por Andalucía, proyectado con gran aparato publicitario por su valido el conde-duque de Olivares, aunque deslucido al principio por los rigores del clima invernal al haber iniciado el viaje en un febrero inusualmente lluvioso que dificultó la llegada de la comitiva real, con ríos desbordados y caminos embarrados en los que las carrozas quedaban atrapadas a su paso por Andújar, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Málaga, Antequera y por fin Granada, a donde llegó en la primera semana de abril, coincidiendo con Semana Santa, un Miércoles Santo, a las diez y media de la noche, coincidiendo con un eclipse de luna. Como era lógico, el rey se alojó en la Casa Real de la Alhambra (entre los palacios nazaríes y en espacios no muy diferentes de los que ocupará su bisabuelo, el emperador) durante los ocho días que duró la visita, siguiendo la tradición de sus antepasados. Pudo recorrer el palacio renacentista, que aunque inconcluso, prácticamente había llegado para esas fechas al estado en que hoy lo vemos.
Las penurias económicas por las magras rentas de la Alhambra llevaron a un enfrentamiento entre el veedor de las obras y casas reales, don Gaspar de León, y alcalde mayor de la Alhambra, don Martín de Vergara, acerca de la competencia y responsabilidad de los costes de los reparos y aderezos para la visita real; el alcalde se quejaba de que con las rentas anuales de los bienes de propios, principal fuente de financiación, poco se podía hacer. Unos ingresos adicionales de 25.000 reales que dió la ciudad de Granada para reparo de la acequia principal, de la que se servía, que también eran requeridos por el veedor para arreglar fuentes, por aquello de que tocaba al agua, en realidad los surtidores de los palacios nazaríes y sus cañerías, eludiendo su carga a la Real Hacienda, igualmente con la oposición del alcalde, encontronazos que ponen de manifiesto la escasez de recursos y el mal estado del monumento.
Tendría que pasar un siglo para que otro rey visitara la Alhambra, Felipe V, con una estancia más larga que la de su antecesor, de casi tres meses (entre marzo y junio de 1730). Hay constancia de que el monarca tuvo intención de visitar la Alhambra y Granada a poco de llegar el trono, sin embargo, el estallido de la Guerra de Sucesión ese mismo año de 1704 le obligaría a cambiar de planes.
Aún cuando el recibimiento de los reyes se celebra con el regocijo y boato característicos, durante su estancia en la Alhambra no se iba a desplegar aquel gusto festivo con Carlos V o Felipe IV, pues el carácter taciturno y melancólico del monarca y sus problemas de salud, movieron a la reina a buscar en la esperanza de un clima cálido en el sur, un ambiente favorable para su marido, ajena a las obligaciones de la corte. Temiendo los calores sevillanos, llegaron a Granada el 23 de marzo, siendo recibidos con una pomposa entrada a la ciudad para instalarse en La Alhambra, que previamente había sido reparada para el acomodo de la familia real (los infantes don Luis, doña María Teresa y doña Antonia Fernanda se alojarían en la vivienda que ordinariamente ocupaba el teniente de alcalde de la Alhambra, entre el Mexuar y la crujía occidental del patio de los Arrayanes, mientras que don Carlos y don Felipe se trasladaron cerca del Soto de Roma), mostrando una cara más aseada, siendo la más importante transformación de la sala del Mexuar, habilitada como capilla, con la elevación del coro y la construcción del altar y la sacristía.
Balaustrada del cancel del coro del Mexuar, realizada hacia 1730 con motivo de la visita de Felipe V a La Alhambra |
Con carácter excepcional las visitas reales dieron pie a las más vistosas celebraciones de que se tienen noticia en la Alhambra, desde las danzas moriscas con motivo de la estancia del emperador, hasta las brillantes paradas militares y mascaradas con que los caballeros granadinos obsequiaron a Felipe IV, vistiendo galas inusitadas pera el tono de esta pequeña ciudad. Pero sin duda, el mayor atractivo lúdico lo tenían las corridas de toros. Los toros, que se corrían desde fechas muy tempranas (hay testimonios de los siglos XVI y XVII) alcanzaron su apoteosis en los siglos XVIII y XIX, sencillamente porque eran una importante fuente de ingresos con la que sostener al monumento, al mismo tiempo que paradójicamente suponían un peligro para la integridad de las edificaciones; en torno a 1800, Carlos IV autoriza desde Aranjuez seis u ocho corridas al año para reparo de la fortaleza, convirtiendo el Palacio de Carlos V en toril y su fachada en tribuna con palcos y gradas de madera ante una plaza ochavada levantada en la plaza de los Aljibes.
Tras el esplendor vivido por la Alhambra en el reinado de los Reyes Católicos, así como en el del emperador Carlos V, llegaría la desidia, la lejanía de la corte y las escaseces económicas, unidas al fin de la Guerra de las Alpujarras. Con el paso del tiempo y la progresiva decadencia de la fortaleza las relajaciones fueron mayores. Al no quedar enemigo del que defenderse, las murallas quedaron abandonadas, desmoronándose en gran medida hasta la ocupación napoleónica en 1810 a manos de Horacio Sebastiani que sin embargo fueron voladas por el mariscal Soult, arrasando gran parte de la fortaleza.
Las visitas regias a partir del siglo XIX se convierten en una visita en el sentido más estricto de la palabra, con carácter oficial con finalidad política o de carácter turístico, al modo y uso de la burguesía europea, siendo estancias breves, de algunos días, e incluso sin residir en la Alhambra, como fue el caso de Isabel II, que se alojó en el Ayuntamiento de Granada entre el 9 y el 14 de octubre de 1862 y solo realizando una visita formal y oficial programada que tuvo lugar el día 12.
La Alhambra perteneció a la Corona Española hasta 1868 en que pasó al Estado, creándose una comisión especial para su protección en 1905 y en 1913 el Patronato que continúa administrándola hasta la actualidad, guiando la supervivencia del conjunto monumental que hoy todos disfrutamos.
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