Ritual de enterramiento islámico



Continuando con la tradición romana, los cementerios musulmanes se situaban generalmente en las entradas de la ciudad, ubicados a extramuros, a la vera de los caminos que llevaban a sus puertas principales. Sin embargo las sucesivas ampliaciones urbanas iban dejando estos camposantos dentro de los nuevos arrabales.

Por ejemplo en Málaga, Yabal Faruh fue un cementerio del tamaño de una ciudad, que desde el siglo X, se ubicó fuera de la Puerta de Granada, junto a la ladera de la colina de Gibraltar; de ahí su nombre, Yabal Faruh, el monte del Faro. Esta inmensa necrópolis, con centenares de enterramientos y utilizada de manera continuada durante quinientos años, es una de las más importantes y mejor conocidas de al-Ándalus.



Cerca de un cementerio islámico del arrabal
de la margen derecha del río Guadalmedina
se localizó el enterramiento de una joven
cristiana (siglo XIV) con diez pulseras de
pasta vítrea, amuletos contra el "mal de ojo" 




Amuleto nazarí del siglo XV hallado en
Mondújar (Granada), en latón, cobre y plata
expuesto en el Museo Arqueológico Nacional 

En el caso de Granada, se conocen sus nombres por los escritos de Ibn al-Jatib, aunque a veces un mismo cementerio se podía designar por la puerta de entrada a la ciudad más próxima, o por el nombre de algún personaje ilustre enterrado en él. Los días de fiesta se organizaban verdaderas romerías en los cementerios, e incluso era habitual que algunas mujeres ricas, solteras o viudas, se dejaran cortejar en ellos.

Los individuos se enterraban de lado, mirando a la Meca, envueltos en un sudario o en ataúdes de madera. Para señalizar las sepulturas se usaban lajas de piedra, hileras de tejas, bastidores de ladrillo con estelas cerámicas de orejetas y bellas mqabryyas de barro o mármol pero no se solía echar tierra dentro a fin de que el fallecido pudiera incorporarse rápido para rendir cuentas a los ángeles Munkar y Nakir. El cementerio contaba con calles, raudas o panteones y singulares mezquitas funerarias, como en la calle Aguas de Málaga.

Lápidas funerarias nazaríes
de al-Motamid Abu-S-Sour y
de Abu-N-Naim Redhuan (1440)
expuestas en la Mezquita de Córdoba


Los musulmanes creen en la vida en el Más Allá, que resucitarán por orden de Alá para ser juzgados. El acto de la muerte tiene para ellos un significado especial; antes de morir, el agonizante como sus familiares repiten las palabras de la profesión de fe: "No hay más Dios que Alá y Mahoma es el enviado de Alá". Una vez que el cadáver es lavado y amortajado se transporta al cementerio en una especie de camilla.

Según la creencia islámica, el difunto es recibido en el Más Allá por los ángeles Mutar y Nakir, que lo despiertan la noche de su fallecimiento y le preguntan cuál es su credo religioso y el difunto debe responder con la profesión de fe. A continuación sus acciones se pesan en una balanza para poder ser aceptado y pasar por encima del infierno como un relámpago, con la ayuda de un ángel que lo sostiene por el pelo, a través de un puente delgado como un cabello y cortante como el filo de una espada.

Estela de orejas de un alfar malagueño de
época nazarí (siglo XIV), realizado en
arcilla vidriada en verde y hallado en la
calle Alcazabilla de Málaga (se expone
en el Museo de la Aduana de la ciudad)


El cadáver se colocaba en una cama o mesa con un sudario limpio en dirección a la Qâaba; alrededor se disponían distintas vasijas con agua de laurel, romero y naranjo para los labatorios, adornando sus ojos con pasas, higos y algunas monedas de oro como era costumbre.

La ceremonia de preparación del cadáver se solía hacer sobre una mesa en presencia de los familiares varones más cercanos al difunto. El ritual comenzaba con el lavado de manos del padre de familia, jefe del clan familiar, o el imam, con agua limpia, en señal de purificación, antes de tocar al difunto. El
primer paso era quizás el más desagradable, ya que consistía en retirar las impurezas adheridas a la piel y presionar vientre y pulmones para evacuar cualquier líquido que pudiera corromper la mortaja. Una vez eliminados los restos impuros, se procedía al primer lavado con agua de alhínna, comenzando por la cabeza, siguiendo por el costado derecho y terminando con el izquierdo. A continuación se realizaba al segundo lavado, esta vez con alcanfor diluido en agua y finalizando con un tercer lavado en el que se utilizaba sólo agua pura.

A continuación se colocaba la mortaja, con tres piezas de tela de algodón blanco: una faja para envolver desde el ombligo hasta las rodillas, la segunda pieza para cubrirlo desde el cuello hasta los pies, y finalmente el sudario, que ceñía el cuerpo por completo, incluida la cabeza. Por último se ungía el cuerpo con una crema alcanforada, especialmente en las partes que tocaban el suelo durante la oración: la frente, las palmas de las manos, las rodillas y los dedos de los pies. Al terminar el ritual, el preparador del difunto volvió a purificarse antes de retirarse.

Un imam formulaba la Salât al-Yanâza (Oración Funeraria) ante el cuerpo envuelto en un sudario de lino. El imam pronunciaba el taqbir, rogando a Allah por el Profeta y luego por el difunto, solicitando para él la misoricordia y el perdón.

Las familias pudientes transportaban al muerto en parihuelas perfumadas con galiya, mientras que las mujeres de las casas humildes se ensuciaban la cara con hollín y gritaban albórbolas desgarradoras. Las mujeres más pudientes participaban en los cortejos fúnebres pero apartadas de los hombres, vestidas de negro, dejando una estela de sollozos, entre rezos y canciones, mezclado con oraciones del Corán.


Lápida funeraria epigráfica
de época nazarí con decoración
tallada en letra cursiva conservada
en el Museo de La Alhambra

En el siglo X, Mohammed II y al-Hakem I, normalizan la tradición malikí, que establece que los enterramientos tienen que realizarse en fosas sencillas, no ostentosas, con la cabeza del difunto mirando hacia La Meca y con una cubierta de piedra, lajas, ladrillos o tejas. La tumba debe tener aproximadamente un metro de profundidas y los niños o bebes entre 40 y 50 centímetros, según fuentes islámicas. Cuando eran enterrados, no se cubría de tierra, sino que se ponía un montículo de tierra para identificar la tumba para que, según las creencias islámicas, bajaran dos ángeles para interrogar al fallecido y decidir si iría al cielo o al infierno, dependiendo de si había sido o no un buen musulmán.

Los cortejos fúnebres solían estar precedidos por hombres santos o piadosos que irían delante del difunto cubierto por un sudario (con lienzos impares, es decir, uno, tres y cinco), así como sus familiares y amigos, en procesión, por delante del fallecido. 

En la cultura islámica no existía la costumbre de depositar ningún  tipo de ajuar en los enterramientos, como sí sucede en otras culturas y que ha permitido que nos llegue gran cantidad de objetos valiosos. Esto es uno de los motivos por los que son escasas las piezas de joyería que nos han llegado de época nazarí.


Finalmente, los restos del difunto eran cubiertos por un sudario blanco, inhumados en el estrecho foso, de costado, con la cabeza a mediodía y el rostro hacia la Meca, con la mano derecha arrimada a la oreja, como apoyada en ella. La tumba se cubría con una laja o macabrilla, en la que se grababa el nombre del difunto de acuerdo con el sentido igualitario del Islam ante la muerte y la austeridad religiosa debida. Se desliaban los trozos de tela que anudaban el sudario para que el cuerpo fuese desatado, como era tradición.

Ejemplo de sepultura
nazarí expuesto en
el Museo Arqueológico
de Málaga

En el Reino nazarí de Granada abundan los bordillos funerarios o de sepultura así como lápidas que podían ir acompañadas por macabrillas e incluso bordillos funerarios que enmarcaban el espacio donde yacía el cadáver. Los enterramientos de la gente humilde estaban marcados austeramente casi siempre con bordillos de calcarenitas o areniscas a los pies o cabecera clavados en la tierra.

Los bordillos son una piedra de forma rectangular con decoración sencilla que
consiste en la talla de un bajo relieve que se puede extender por ambas caras 

En el Museo de Málaga se exponen varias piezas arqueológicas relacionadas con los enterramientos nazaríes en la ciudad costera. Las estelas funerarias de cerámica llamadas "de orejeta" son una producción típicamente malagueña, guardando parecido con las meriníes localizadas en Algeciras y Ronda, pudiendo incluir elementos epigráficos que muestren el nombre de la persona enterrada y alabanzas a la divinidad. A continuación describo cada una de las que aparecen en la imagen inferior, de izquierda a derecha y de arriba a abajo: 

  • Estela de orejetas con motivos epigráficos ilegibles y árbol de la vida (hecho en arcilla a molde, vidriada en blanco con decoración en azul) del siglo XIV - XV procedente del Castillo de Gibralfaro, Málaga.
  • Estela de orejetas con motivos vegetales (en arcilla a molde, vidriada en blanco con decoración en azul) del siglo XIV - XV hallada en los Jardines de Puerta Oscura, Málaga.
  • El resto de piezas de la parte superior derecha, estela de orejetas y ladrillos funerarios se encontraron en la calle Lagunillas de Málaga (hechos en arcilla a molde, vidriada en blanco con decoración en azul).
  • Las piezas que forman la línea inferior son ladrillos funerarios con motivos epigráficos ilegibles, con las mismas características que las anteriores, del siglo XIV y encontradas en Málaga.
Piezas procedentes del
Museo Arqueológico de Málaga

Todas esas piezas marcaban
perimetralmente con hiladas
de ladrillos decorados
la ubicación de las tumbas
en los cementerios nazaríes

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