La inundación en Granada de 1478

Río Darro a su paso por Granada

El 24 de marzo de 1478 (décimo noveno día del mes de Zul-Hijja del año 882 de la Hégira), Granada amaneció bajo un cielo limpio y brillante. Comenzaba la primavera y desde muy temprano los granadinos acudieron a la colina de la Sabika, a la explanada de la al-Musara para ver la parada militar de los principales caballeros del reino con sus huestes.

Entre la multitud se organizaron zambras y poco a poco, los alrededores de la explanada se vieron abarrotados de espectadores que comían y bebían bajo un sol que calentaba con la fuerza del estío mientras que los aguadores hacían un buen negocio.

Una apretada comitiva compuesta por miembros de la nobleza se aproximó a la tribuna y Muley Hacén apareció sobre el estrado provocando el júbilo entre la multitud. El rey y sus invitados se dispusieron a contemplar el desfile desde el pabellón real custodiado por la guardia palatina, con las enseñas rojas de los al-Ahmar.

Todos aclamaban a la infantería andalusí, a los atabaleros, a cuyo ritmo de tambor desfilaba el primer contingente de infantes, seguidos de los ballesteros, hacheros y azadoneros, seguidos por siete mil caballeros armados a la "jineta". De pronto el sol se apagó, cubierto por una gran nube negra que sumió de oscuridad el campo de la Sabika antes de reventar una tempestad acompañada por un viento huracanado que destrozó todo lo que encontraba a su paso. Entre ensordecedores truenos y rayos que desgarraban el cielo, una tromba de agua y granizo se precipitó sobre la ciudad.

Aquellos que se encontraban en el pabellón real huyeron por la puerta de los Aljibes (hoy Torre de los Siete Suelos de la Alhambra) mientras que en la al-Musara reinaba el caos entre los que buscaban un sitio donde guarecerse. Muchos fueron arrollados por una muchedumbre enloquecida que huía de los incesantes torrentes de agua que desbordaban la explanada y se precipitaban por el barranco de la Sabika.

No fue hasta que anocheció cuando la tormenta perdió fuerza, dejando árboles arrancados de cuajo taponando puentes que formaban presas que hicieron desbordar los ríos Darro y Genil que inundaron los barrios más próximos. Fue una noche de incertidumbre y miedo, escuchando el silbido del viento y el quejido de la incesante lluvia.

A la mañana siguiente, las calles estaban cubiertas de un lodo denso y viscoso, piedras, ramas desgajadas, animales muertos como por ejemplo gallinas y ovejas, así como enseres domésticos destrozados y los cadáveres de quienes no pudieron ponerse a salvo. Cuando el sol volvió a calentar, un olor sofocante convirtió los callejones del Albaicín en enormes letrinas, las calles de la Alcaicería contenían ahora tiendas anegadas y los mercaderes lamentaban que habían perdido todas las ricas telas de brocado y fardos de seda.

Durante varios días, los habitantes de Granada clamaron doloridos la pérdida de sus familiares, mientras que los alfaquíes comenzaron a señalar a Muley Hacén como culpable de la catástrofe por darle la espalda a Allah, por olvidar la divisa de sus antepasados (Sólo Dios es vencedor) y su falta de humildad y por ocupar demasiado tiempo en satisfacer sus deseos y abandonar al pueblo en su desgracia.

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