La Batalla de la Axarquía

Este mural cerámico en Vélez-Málaga
recuerda la victoria de los nazaríes
sobre las tropas cristianas en la
batalla de La Axarquía en 1482

El 21 de Marzo de 1482, toda la Axarquía y hoya de Vélez, sus castillos, lugares y alquerías fueron alertados de que un gran ejército de cristianos que había partido el 19 de Marzo desde Antequera se adentraba a través de los montes occidentales. La expedición la componían unos mil caballeros y unos tres mil infantes encabezados por el Maestre de Santiago y el Marqués de Cádiz.

A favor de los pobladores nazaríes jugaba que los expedicionarios cristianos desconocían lo agreste y fragoso del terreno, lleno de barrancos y precipicios, ni con la bravura de sus moradores dispuestos a defender sus tierras y hogares; mientras que unos portaban a sus hijos, ganados y enseres a las atalayas y castillos cercanos para protegerlos, otros hicieron frente a los soldados de los que varios centenares fueron muertos y unos 1.500 hechos prisioneros. La alegría que esta victoria causó entre los granadinos nazaríes fue general.

Murallas de Vélez-Málaga

Los cristianos atravesaron tortuosas veredas a orillas de hondos precipicios e iban hallando solamente pobres y desiertas aldeas, cuyos infelices habitantes habían huido con su ganado a refugiarse en las cuevas o en las cumbres casi inaccesibles de las montañas. Los soldados cristianos incendiaban chozas y capturaban a los ancianos que no habían podido seguir a sus familias. En esta marcha de devastación se fueron internando sin orden (porque no lo consentía el terreno) en lo más profundo de la sierra mientras que los defensores nazaríes arrojaban peñascos desde lo alto de los riscos, cayendo sobre la retaguardia de los cristianos, y arrojando en su ímpetu algunos soldados al fondo de los valles, mezclados con una lluvia de venablos y de saetas. 

El rey Muley Hacen, avisado de la invasión, envió a su hermano Abu Abdallah el Zagal y a los dos Venegas, Reduan y Abul Cacim, con lo mejor de sus tropas a tomar la embocadura de la Axarquía hacia el mar y acuchillar a cuantos cristianos intentaran buscar por allí la salida.

Cuando los cristianos, siguiendo su fatigosa marcha por las vertientes de la sierra, divisaron la ordenada hueste de los musulmanes, creció su confusión pues muchos por huir resbalaban y caían despeñados en los barrancos, atropellábanse unos a otros. En tal situación el maestre de Santiago se mantuvo firme y sereno, arengó con fogosa energía a los suyos: “muramos faciendo camino con el corazón, pues no lo podemos facer con las armas, e no muramos aquí muerte tan torpe: subamos esta sierra como hombres e no estemos abarrancados esperando la muerte, e veyendo morir nuestras gentes no las pudiendo valer.” El marqués de Cádiz, guiado por un adalid leal, pudo ladear la misma montaña y salir de la sierra con unas sesenta lanzas. El conde de Cifuentes, el adelantado y don Alonso de Aguilar, no pudiendo seguir la tortuosa senda que el marqués llevaba, dieron en la celada de el Zagal que interpuesto entre unos y otros no los permitía socorrerse. Por todas partes eran los cristianos envueltos y despedazados, los unos con lanzas y alfanjes, los otros con flechas y venablos, con piedras los demás, siendo no pocos los que morían sin heridas abrumados del hambre y del cansancio. El nombre de Cuestas de la Matanza que se dio a las montañas de Cútar es un triste testimonio de la horrible mortandad que aquel día sufrieron los cristianos.

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