La mujer nazarí
No es adecuado hablar de "la mujer nazarí" ya que variaba en función a la clase social a la que estaba adscribían, su edad, si vivía en la ciudad o en el campo, o su origen étnico y su credo religioso (cristiana, judía o musulmana), pero todas desarrollaron su vida entre el siglo XIII y XV en el marco geográfico del Reino de Granada de la dinastía nazarí.
Acuarela del pintor sueco Egron Lundgren orientalista que visitó la Alhambra a mediados del siglo XIX |
La cultura islámica proclama la igualdad del hombre y la mujer en el plano moral y religioso, pero la preeminencia del hombre en el público y político. La mujer debe ser guardada y cuidada por aquél, y dedicada fundamentalmente a lo interior: el hogar y el cuidado de los hijos, mientras el hombre domina el exterior: el mundo y sus empresas.
La propia vivienda muestra mucho de la estructura familiar: vuelta al interior, centrada en el patio al que se abren las habitaciones, con una sala pensada para la estancia del señor y recepción de sus visitas y otras superiores o algorfas para mujeres e hijos. Aunque la separación no es tanto de espacio como de tiempo, dado que en ausencia del dueño, la casa es de la mujer, quien en torno al patio desarrolla las actividades que aseguran el buen funcionamiento del hogar.
Las mujeres, dentro de la casa, podían también recibir la visita de otras mujeres de la familia o de fuera como vendedoras, curanderas o maestras que las mantenían al corriente de los asuntos del mundo.
Por lo general, las mujeres de clases populares tenían unas costumbres menos rígidas que la mujeres de clase alta. La mujeres de las estrato social medio acostumbraban a salir más a la calle y en la oración de la mezquita iban acompañadas de los varones de su círculo más próximo, mientras que la mujer casada de clases altas pasaban gran parte de su tiempo en casa, dedicando muchas horas a su arreglo personal, ocupándose de la gestión del hogar familiar, incluso asistiendo a algunas recepciones oficiales. Sus salidas eran principalmente dos a la semana, para ir a los baños públicos y el viernes para ir al cementerio.
El cabeza de familia, fuese de la condición social que fuese, no sólo cuidaba de sus mujeres e hijos, sino que también lo hacía de las viudas de sus hermanos y de otros parientes, llegando a casarse con ellas, como medio para evitar la dispersión del patrimonio familiar.
La mujer islámica, pese a la imagen de reclusión que nos ha llegado de ella, jugaba un papel fundamental en la transmisión de la herencia; el harén, situado en el serrallo, se convertía a menudo en centro de decisiones políticas y escenario de intrigas palaciegas. Las esclavas concubinas destinadas a tener hijos se las conocía como gawari, mientras que a las servidoras se las denominaba como hadim.
Un caso especial es el de las esclavas destinadas al placer (yariya) de las casas nobles, que eran instruidas en diversas habilidades -como tocar el laud, recitar poesía y escanciar el vino- mientras que las esposas permanecían en sus habitaciones. A veces se trataban de cristianas que enseñaban castellano a los hijos, esclavas-concubinas que en ocasiones eran tomadas como segundas o terceras esposas.
La propia vivienda muestra mucho de la estructura familiar: vuelta al interior, centrada en el patio al que se abren las habitaciones, con una sala pensada para la estancia del señor y recepción de sus visitas y otras superiores o algorfas para mujeres e hijos. Aunque la separación no es tanto de espacio como de tiempo, dado que en ausencia del dueño, la casa es de la mujer, quien en torno al patio desarrolla las actividades que aseguran el buen funcionamiento del hogar.
Las mujeres, dentro de la casa, podían también recibir la visita de otras mujeres de la familia o de fuera como vendedoras, curanderas o maestras que las mantenían al corriente de los asuntos del mundo.
Por lo general, las mujeres de clases populares tenían unas costumbres menos rígidas que la mujeres de clase alta. La mujeres de las estrato social medio acostumbraban a salir más a la calle y en la oración de la mezquita iban acompañadas de los varones de su círculo más próximo, mientras que la mujer casada de clases altas pasaban gran parte de su tiempo en casa, dedicando muchas horas a su arreglo personal, ocupándose de la gestión del hogar familiar, incluso asistiendo a algunas recepciones oficiales. Sus salidas eran principalmente dos a la semana, para ir a los baños públicos y el viernes para ir al cementerio.
El cabeza de familia, fuese de la condición social que fuese, no sólo cuidaba de sus mujeres e hijos, sino que también lo hacía de las viudas de sus hermanos y de otros parientes, llegando a casarse con ellas, como medio para evitar la dispersión del patrimonio familiar.
La mujer islámica, pese a la imagen de reclusión que nos ha llegado de ella, jugaba un papel fundamental en la transmisión de la herencia; el harén, situado en el serrallo, se convertía a menudo en centro de decisiones políticas y escenario de intrigas palaciegas. Las esclavas concubinas destinadas a tener hijos se las conocía como gawari, mientras que a las servidoras se las denominaba como hadim.
Un caso especial es el de las esclavas destinadas al placer (yariya) de las casas nobles, que eran instruidas en diversas habilidades -como tocar el laud, recitar poesía y escanciar el vino- mientras que las esposas permanecían en sus habitaciones. A veces se trataban de cristianas que enseñaban castellano a los hijos, esclavas-concubinas que en ocasiones eran tomadas como segundas o terceras esposas.
Las mujeres de familias importantes recibían una educación bastante completa, siendo frecuentes las mujeres poéticas y copistas; se sabe que hubo alguna mujer médica y de una jurista en Loja, e incluso dentro de la corte llegaron a tener una gran influencia en política, aunque fuera extraoficialmente.
Pintura del artista decimonónico francés León Comerre que representa el gusto orientalista de la época |
¿Crees que ha cambiado el papel de la mujer en los actuales países islámicos?
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