Arrabal del Albaicín (Rabad al-Bayyazin)

El arrabal del Albaicín creció de forma espectacular principalmente
por sus límites norte y este, por lo que a mediados del siglo XIV
hubo que construir un recinto amurallado para cercar el nuevo arrabal

Muralla norte zirí de la Alcazaba
Qadima en el Albaicín 



En el siglo XIII, al norte de la Alcazaba Antigua, se comenzó a formar el arrabal del Albaicín. Su tipografía y su distancia del centro de la medina le proporcionó una autonomía mayor de la que disfrutaban otros arrabales, llegando a contar con una importante mezquita aljama (actual iglesia del Salvador) y un cercado de murallas construidas bajo la supervisión del visir Ridwan en el segundo tercio del siglo XIV. Dichas murallas comenzaban en la Cuesta del Chapiz, uniéndose con el barrio de Axares, bordeaba el río Darro y ascendía hasta San Miguel Alto y desde allí bajaba hasta la Puerta de Fajalauza, continuando hacia el oeste hasta el Postigo de San Lorenzo (una entrada en recodo a la muralla), detrás del actual Colegio del Ave María en la carretera de Murcia, para descender de nuevo hasta la Acera de San Ildefonso y terminar en la Puerta de Elvira.

El hecho de que la residencia del monarca se trasladase de la
Alcazaba Qadima Qasba al-Qadima a la colina de
La Alhambra no supuso un freno a la expansión
 urbana del Albaicín

El Albaicín era una especie de ciudad aparte, siendo uno de los núcleos más poblados, ricos y laboriosos de Granada. Su importancia la demuestra la existencia en él de unas treinta iglesias cristianas, entre ellas, la suntuosa Mezquita Aljama del Albaicín -actual iglesia del Salvador-, todas con aljibes o fuentes públicas, muchos de los cuales subsisten.

La población del Albaicín tenían una gran influencia en la vida del reino nazarí como muestra su intervención en las revueltas de su última época, en las que e Albaicín constituyó a veces -como sucedió con Boabdil- el núcleo de resistencia de un rey frente a otro, apoyado por el resto de la ciudad.


La red de sinuosas calles se amplió, de las arterias principales
partían numerosas callejuelas que unían las puertas interiores
de la nueva muralla, dando acceso a las viviendas, muchas
de ellas sin salida constituyendo los característicos adarves
Llegó a tener una población de treinta mil y según palabras del alemán Jerónimo Münzer, quien visitó las calles del Albaicín en 1494 decía que "eran tan sumamente estrechas que, en muchas de ellas, por la parte de arriba se tocan los tejados de las casas fronteras y, por la de abajo, no podrían pasar dos asnos que fueran en dirección en dirección contraria, no midiendo las mayores más de cuatro o cinco codos, con casas pequeñas, de habitaciones reducidísimas, sucias por fuera, pero muy limpias en su interior y todas provistas de cisternas de dos cañerías, una para el agua potable y otra para las letrinas, y patios y huertos hermoseados con estanques y pilares de agua corriente". Por su parte, Andrea Navagiero agregaba, en 1526, que eran estos barrios "muy poblados y llenísimos de casas, aunque estas no son muy grandes, porque son de moros, los cuales tienen la costumbre de hacer sus habitaciones espesas y estrechas". Para hacernos una idea del ambiente bullicioso de sus estrechas calles tenemos que pensar en medinas actuales como las de Fez o Marrakech.


Cobertizos como el de la imagen caracterizaban
la imagen del Albaicín medieval islámico


Al parecer, el nombre de Albaicín procede de haber sido poblado, en 1227, por hispanomusulmanes de Baeza, expulsados allí por el rey San Fernando o Fernando III, al conquistar aquella ciudad, donde Mohamed, su caudillo, se alió con el rey castellano y la entregó. Los musulmanes de Baeza sin embargo no aceptaron por las buenas la entrega y por las calles y plazas se fue extendiendo una indignada revuelta como el caudillo andalusí y los cristianos, intentando la recuperación de la ciudad. Sin embargo el contingente militar cristiano era muy fuerte y los revoltosos fueron pasados a cuchillo y los que quedaron huyeron por los montes para refugiarse en Granada, en lo alto de la colina blanca, junto a la vieja Alcazaba Qadima, donde construyeron sus viviendas en una abigarrada piña, recordando con su nombre, Albaycín, la añoranza de sus fundadores baezanos, si bien, posteriormente se cambió su ortografía, hecho al que alude Juan Rufo en su poema "La Austriada" impreso en 1584, diciendo:
"...Y por ser de Baeza naturales los más de los que el sitio edificaron, llamáronle Albaecin, y otros no tales la e y la c en y y z mudaron.
Aquí, pues, unos; otros en casales de la Vega y del valle se arrojaron y muchos en la villas de la Sierra que llaman Alpujarra en esta tierra." 
El rey castellano, Fernando III, contemporaneo de Mohammed I, a diferencia de sus antepasados, que permitían la permanencia de los musulmanes en tierras conquistadas como mudéjares, los expulsaba y repoblaba con cristianos que llegaban con su propio ejército. Así, agarenos de Úbeda, Baeza (la antigua Bayassa islámica), Arjona, Jerez, Cádiz, Medina Sidonia y otras ciudades andaluzas se instalaron haciendo que el arrabal creciese desmesuradamente escalando los cerros de la Xarea y del Aceytuno, convirtiendo el Albaicín en una ciudad dentro de otra, disponiendo de treinta mezquitas y una catorce mil casas que albergaban a unas cuarenta mil personas, distribuidas en los barrios albaicineros de la Albaida, Fajalauza, Almotafar, Axares, Cauracha, Cenete y Hataralcazaba.

En cambio Ibn al-Jatib interpreta el nombre de Albaicín como "barrio en pendiente o en cuesta" y otros en cambio, como "barrio de los halconeros", apoyando su opinión en la existencia de arrabales de igual nombre en otras poblaciones.

El arrabal del Albaicín contaba con dos vaguadas naturales (Alacaba, del árabe al-Aqaba o "cuesta" y cuesta del Chapiz) que constituyeron las vías de ascenso hacia la zona llana central donde se ubicaba la ya comentada mezquita aljama y la calle de los Panaderos, que era la principal zona del arrabal.

El barrio del Albaicín comienza al final de la cuesta del Chapiz, comprendiendo su parte principal y más llana desde la Alcazaba hasta el cerro de San Miguel. Se puede comenzar su visita desde la cuesta del Salvador y penetrar en el conjunto de calles que se extienden al pie de dicho cerro, por la llamada de San Martín, donde hay una casa, la número 14, que conserva un techo morisco en uno de sus cenadores y un capitel nazarí del siglo XIV. Junto a esta casa existió la iglesia de San Martín, suprimida en 1508 y de la que no queda nada, como tampoco del baño hispanomusulmán que hubo inmediato a ella, vendido y demolido en 1567.

Otra iglesia, también suprimida y agregada como la anterior y la de Santa Inés, en igual fecha, a la del Salvador, era la de San Blas, erigida sobre una mezquita que se hallaba en una calleja inmediata, llamada del Mentidero. Cerca de la calle de San Martín está la de Yanguas, cuya casa número 2 es una de las más completas casas moriscas conservadas, de las que otra muy importante existió en el número 5 de la lindera calle de San Buenaventura, desaparecida hace años. Esta de la calle de Yanguas tenía su entrada por lo que fue sala baja del edificio, conservando su arco decoración de yeso y celosía encima. El patio tiene un pequeño decorado con azulejos de lazo y conserva uno de los testeros y un costado, formando cenadores cuyas vigas sostienen zapatas renacentistas y, en uno de los cenadores, un aljibe con arco de herradura, pilastras dóricas y cornisa de ladrillo, adornado con azulejos del siglo XVI. Sobre el cenador de entrada se conserva un pasillo y una sala con arco de escayola, que reproduce modelos nazaríes del siglo XIV, armadura de par y nudillo con tirantes y pinturas moriscas y zócalo de azulejos con decoración morisca, del que quedan restos.

Volviendo a la calle de San Martín desembocamos en la calle de San Luis, donde se encuentra el aljibe de Santa Isabel -porque dominándolo estuvo la iglesia de Santa Isabel de los Abades, edificada en 1525 en el lugar de una mezquita y destruida a mediados del siglo XVII-. Sobre estos lugares se levanta el cerro de San Miguel, a cuyo pie y en una pequeña explanada, a la que se llega por una vereda que corre sobre el aljibe, se encuentra la Rauda (lugar desde el que se contempla un soberbio panorama) cuyo nombre se debe a haber existido allí un cementerio musulmán llamado al-rawda al-'Ulya o la alta y una mezquita llamada aljama al-Rawda; en sus alrededores se han encontrado restos humanos y piedras de sepulturas con inscripciones. En el centro de la explanada lo ocupa una cruz de piedra construida a comienzos del siglo XVI (la Cruz de la Rauda), destruida en 1932 y reedificada en 1936.

En el número 12 de la calle San Luis hubo otra casa morisca, ya derribada, y en el 9 se conserva otra con portada de ladrillo de arco ligeramente apuntado, da paso a un zaguán, y aunque muy desfigurada, mantiene en pie dos de sus galerías sostenidas por zapatas talladas de estilo gótico y preciosos techos en sus corredores y sala baja, con pinturas de aves y otros animales entre adornos andalusíes, ejemplar único de este tipo de casas moriscas.

Otro aljibe árabe se halla al final de la calle San Luis, inmediata a la iglesia de San Luis, suprimida en 1842 y que se construyó sobre el solar de la mezquita Aljama al-Safa en 1526. Cerca de esta calle, se encuentra el aljibe de la Vieja o de la Rádita, por pertenecer a la rábita Aceituna, con arco de herradura, y en la placeta de la Cruz de piedra, donde desemboca la calle, hay otro junto al lugar donde se alzaba la mezquita al-Ta'ibin.

Saltando a la placeta de los Castillas, en el número 6 quedan restos de techumbres moriscas, con interesantes azulejos. También pueden verse varias casas moriscas en la calle del Agua, llamada así por los baños árabes que hubo en ella. La del antiguo número 27 corresponde al siglo XVI y contiene yeserías decorativas vaciadas de edificios nazaríes; a su entrada tiene un arco ojival de ladrillo, pequeño patio con cenador enfrente, apoyado en zapatas góticas y sala con portadilla de arco y tres ventanas decoradas encima. Otra casa, la número 34, tuvo su entrada por una placeta situada al norte (donde hubo un pequeño ajimez, único que subsistía en Granada) ha sido muy reformada y hoy se accede a ella a través de su sala baja, cuyo cenador tiene un arco con estrellas en las enjutas y esta inscripción: "La dicha, la fortuna y el cumplimiento de los deseos..."; el resto del patio y las galerías de arriba tienen columnas, dos de ellas árabes y zapatas góticas con palomas talladas y pasamanos renacentistas. En el número 19 de la calle del Agua, aunque muy reconstruida, tiene dos habitaciones con arcos decorados a la morisca, con estrellas y la palabra "Bendición" en los de las alcobas, y techos y puertas con tableros pintados, hoy prácticamente todo ello desaparecido. Por último, el número 1 de la calle de Ceniceros pudo ser una casa árabe y conservaba en una parte de ella (puesto el resto es de mitad del XVI) los arcos con columnas de ladrillo y fragmentos del decorado de la sala baja, con inscripción religiosa.

La calle del Agua desemboca en la plaza Larga, uno de los centros vitales del Albaicín, que linda con la Alcazaba y comunica con ésta a través de la Puerta de las Pesas. A ella afluye la Alcazaba, cuesta que conduce al campo del Triunfo y que, en época andalusí, afluía a la Puerta de Elvira, enlazando la parte occidental del Albaicín con la ciudad, con la que, por la parte oriental, lo unían las cuestas del Salvador y del Chapiz. Al comienzo de la Alacaba hay un pequeño aljibe árabe, junto al cual estuvo la mezquita Guimdeir.

La plaza, llamada por los andalusíes Almajura y, desde la reconquista, plaza del Albaicín, se amplió en 1576, constituyéndose junto a ella matadero, carnicería y lavaderos públicos para el servicio de la barriada como indica una inscripción en uno de los muros de la Puerta de las Pesas.

De la plaza Larga, a través de la calle de los Panaderos (a cuyo final hay un aljibe hispanomusulmán, llamado del Polo), se pasa a la plaza del Salvador, donde se halla la iglesia de este nombre, cerca de la cual existe una casa conocida por "Casa de los Moriscos".

La plaza existente a espaldas de la iglesia del Salvador (antigua Mezquita Mayor del Albaicín), llamada de Bibalbonud, por la puerta hispanomusulmana que en ella se abría -también conocida como Puerta de los Estandartes, demolida en 1556-, era en época nazarí centro del comercio de paños y sederías y punto de reunión de los moriscos, donde alzaron el grito de rebelión en 1568. A la izquierda de la plaza estuvo el Hospital general de moriscos, llamado de la Resurrección, donado a la ciudad después de dicho alzamiento para recoger a los pobres mendicantes.

En la cercana cuesta de las Cabras estuvo situada la mezquita aljama Cauracha y, al final del callejón llamado de los Cambrones, inmediato a San Juan de los Reyes, se encuentra el aljibe de Trillo, llamado así desde el siglo XVI por un señor con este apellido que junto a él vivía. Es uno de los aljibes mejor conservados e importante.

Siguiendo por el carril inmediato al Convento de las Tomasas y torciendo a la derecha se llega a la iglesia de San Nicolás -en proceso de restauración después de que fuera destruida en un incendio por la revuelta del 10 de agosto de 1932- que domina la Alcazaba Qadima o Qasba al-Qadima del Albaicín, siendo una de las más bellas y conocida iglesia del barrio. Al sur de la torre de la iglesia estuvo hasta mitad del siglo XIX la Casa de Harmez, nombre del morisco que fue su propietario, que tenía en el patio columnas con capiteles de mármol negro y ornamentación de yeso con leyendas religiosas.

Al sur de la torre de la iglesia
de San Nicolán estuvo hasta
mitad del siglo XIX la casa
del morisco Harmez
Desde la plaza de San Nicolás se extiende una de las más
 espléndidas vistas de la ciudad con la Alhambra
y el Generalife al frente, con Sierra Nevada al fondo y
la ciudad y la vega a la derecha

En la plaza de San Nicolás hay un gran aljibe muy rehecho y hace años restaurado y, al fondo de la explanada que hay tras él, se encuentra el callejón de San Cecilio. Por toda esta parte corren las murallas de la Alcazaba Qadima o Qasba al-Qadima, alzadas en el siglo VIII sobre una antigua fortaleza, por el walí de Elvira Asad ben Abd al-Rahman al-Xaybani y fabricadas con piedras de río, unidas con cal y arena. Son potentísimas y sus macizas torres constituían una defensa entonces imponderable. De unas y otras quedan algunos fragmentos, a partir de la puerta de Bibalbound, a continuación de la cual se hallaba otra, la llamada por Mármol Puerta del Beyz, también conocida por “portillo de San Nicolás” y a la que seguía la puerta de Castar antes de la conquista de los musulmanes y, por estos, puerta de Hisn Román o castillo del granado para unos y, según otros autores puerta de Hernán Román, del nombre del individuo que, cerca de ella, poseía unos huertos en el siglo XVI. Esta poderosa fortificación debió ser desmantelada durante las guerras civiles del siglo IX y, al legar el XI, los reyes ziríes alzaron otra a su lado, la Bib Cieda, llamada también PuertaNueva y Arco de las Pesas, porque en su exterior se clavaban las pesas decomisadas por defectuosas.

Bib Cieda o Arco de las Pesas

La muralla sigue desde aquí, muy completa y bien conservada, a lo largo de la Alacaba, flanqueada de fortísimas torres cuadradas y semicilíndricas (estas son las más antiguas de al-Ándalus) en dirección suroeste, hasta otra puerta situada en el ángulo de la Alcazaba, la Bib al-Únaydar o Puerta de las Eras, más conocida desde el siglo XVII por PuertaMonaita o Puerta de la Alacaba. Desde aquí la muralla continuaba recta hasta la Puerta de Elvira o Bab al-Hadid, quedando aún vestigios de este tramo. El recinto de la ciudad, que partía desde aquí hasta llegar a la Alhambra y unirse de nuevo a la Alcazaba junto a la Bibalbonud, se construyó en el siglo XI.

En la plaza del Cristo de las Azucenas se encuentra el aljibe del Rey, llamado por los hispanomusulmanes al-qadim (el antiguo), era conocido como “aljibe grande de la alcazaba” y, en la cercana cuesta de María de la Miel -donde hay otro aljibe (el ‘asal al-jibb o aljibe de la miel, por el frescor o sabor de su agua)- queda una casa, en el número 9, con fragmentos de decoración morisca. En el callejón que baja hacia la Puerta Monaita y plaza de San Miguel existe un acueducto que da paso a las aguas de Aynadamar, conocido por Arco de las Monjas.

Pasando por el callejón de Santa Isabel hasta llegar a la calle de la Tiña se encuentra el Hospital de la Tiña que ocupa el lugar donde se hallaba un palacio hispanomusulmán, construido en el primer tercio del siglo XV, que contaba con huertos y que perteneció a la familia real nazarí. En este palacio, Boabdil fue reconocido por segunda vez monarca, en 1482, cuando buscó refugio en la Alcazaba Qadima o Qasba al-Qadima. Del palacio quedan vestigios en el edificio actual, entre ellos, una sala con mirador, cuyo arco de entrada tiene tacas en su intradós, y trozos de sus adornos y de un zócalo de alicatado de azulejos. Cedido por los Reyes Católicos al Marqués de Zenete, Don Rodrigo de Vivar y Mendoza, sus descendientes conservaron el palacio hasta 1630 cuando fue vendido y convertido en Hospital para tiñosos.

Volviendo al callejón de Santa Isabel, se encuentra el Convento de Santa Isabel la Real, fundado por Isabel La Católica en septiembre de 1501 para establecerse en La Alhambra pero debido a ciertas dificultades, decidió trasladarlo a estas casas que habían sido palacio de los reyes nazaríes y cedidas por los Reyes Católicos a su Secretario Hernando de Zafra, a quien dieron en compensación otros edificios en la Carrera del Darro. El convento fue construido entre 1574 y 1592 sobre el antiguo palacio y en la huerta queda una alberca, único resto de la casa nazarí de la que debió formar parte.


La iglesia de Santa Isabel la Real,
con portada ojival, fue construida
 antes de adaptar el palacio a convento

A espaldas de este convento, en su extremo norte, se conserva un pequeño palacio nazarí conocido como Dar al-Horra que también perteneció a la familia real granadina y que habitó la madre de Boabdil. Este palacio se alza sobre los viejos y fortísimos muros de argamasa que sustentaron el palacio de Badis, construido por este rey zirí a mediados del siglo XI, a poca distancia de las murallas de la Alcazaba, también ampliada por él.

Palacio de Dar al-Horra
sobre los muros del Albaicín

Al oeste de la iglesia de San Miguel, comprendido entre el callejón de las Monjas y la Casa de la Lona, llamada así por una fábrica de lonas para barcos que desapareció a finales del siglo XIX pasando a ser una casa de vecinos y en cuyo interior aún quedan restos de sus cimentaciones.

En cuanto al alcázar de la Alcazaba Qadima o Qasba al-Qadima, ya existía entre los años 1056 – 1057 pues en ese año fue asesinado en él por las turbas el judío Ibn Nagrela, visir de Badis, y de cuya importancia atestigua la vista de Granada de la Sala de Batallas del Escorial, en la que aparece como una de las construcciones más considerables de la ciudad, lo elogian los escritores hispanomusulmanes por su magnitud y sus bellezas, describiéndolo Ibn al-Jatib y otros como algo “sin semejante en tierras de musulmanes ni de infieles”. Su grandeza y suntuosidad deslumbraron a los almorávides cuando éstos lo ocuparon al conquistar Granada en el año 1090, causando su estupefacción las sumas de oro existentes en él, en monedas y lingotes, y numerosas alhajas, telas, piedras preciosas, vasos y vidrios que decoraban sus estancias. Hasta la llegada de la dinastía nazarí, el palacio de la Alcazaba fue el único en Granada, pero al fundar Mohammed I su reino y decidir establecer la Corte en la Alhambra, perdió su rango aunque no su importancia, como lo demuestran las numerosas construcciones que, hasta los tiempos de Muley Hacén, se alzaron en estos lugares y en torno al palacio zirí, pertenecientes a la familia real y a los magnates árabes. 

Muralla zirí del Albaicín

Aunque los historiadores cristianos sólo alcanzaron a conocer un resto de él, todavía quedaban en tiempos de Mármol o Hurtado de Mendoza, varias de sus partes en pie, entre ellas, una torre rematada por una veleta con la figura en bronce de un jinete moro, con lanza y adarga, en la que aparecía en letrero: “Dijo Badis Ibn Habbus. Así ha de ser guardián del al-Ándalus”. La figura giraba a impulsos del viento y los moros la llamaban “el gallo del viento”, lo que al palacio el nombre de Casa del Gallo, con el que llegó a nosotros. Los autores árabes daban a esta figura un sentido mágico, a juzgar por estos versos, que también aparecían escritos en ella y que encerraban una trágica profecía: “El palacio de Granada es digno de admiración. Su talismán voltea según las vicisitudes del tiempo y su jinete lo mueve el viento a pesar de su solidez. En ello hay terribles arcanos, porque, después de subsistir algún tiempo, le sacudiría un infortunio que arruinará al dueño y a la casa”.

En el recinto del alcázar hubo una pequeña mezquita donde fue enterrado el Rey Badis y, en 1149 y junto a la tumba, el caudillo Yahya Ibn Ganiyya. En el siglo XIV dice Ibn al-Jatib que no quedaban restos de ese Oratorio, pero subsistían el sepulcro de mármol de Badis y el de Ibn Ganiyya, en un nicho cerrado con una puerta para su defensa.

Ya en la plaza de San Miguel, presidida por la iglesia del mismo nombre que fue levantada sobre una mezquita en 1501, siendo una de las parroquias más pobladas del Albaicín y en la que vivían muchas familias principales de Granada. Junto a la portada lateral del templo está el aljibe que correspondía a la mezquita, obra del siglo XIII, con arco de herradura apuntado sobre fustes de columnas romanas. 

En la misma plaza se encuentra la casa El Corralón, deshecha a finales del siglo XIX y actualmente restaurada; es del siglo XVI, con un patio cuadrado y galerías laterales, que en la planta alta se sostiene por pies derechos, con zapatas y baranda de balaustradas de madera. Conserva dos puestas con decoración morisca, que cubren arquivoltas, albanegas y afines de sus arcos, teniendo cubiertas de lacería igualmente morisca.

Desde Vistillas de San Miguel se dominan la ciudad y la vega en toda su amplitud. Su pretil está elevado sobre la muralla que, procedente de la cuesta de San Gregorio, corre por aquí, donde se abría la Bib al-Asad o Puerta de León y, después, portillo de San Miguel, el cimiento de cuya torre, obra del siglo VIII, sirve de base al mirador.

La Puerta de Monaita es una de las huellas
del esplendor zirí del Albaicín, junto a 
el alminar de la iglesia de San José, la
Puerta de Hernán Román, el Bañuelo,
el puente de los Tableros y las acequias
de Aynadamar, Axares y Romayla
(las dos primeras siguen en uso diez 
siglos después de su construcción)



La muralla cruzaba el callejón de la Lona hasta enlazar con la Puerta Monaita, que se divisa a la derecha. Al pie de estas murallas, por la ladera del monte de la Alcazaba que, desde aquí, va a morir en la calle de Elvira extendida al pie, tuvieron su asiento los soldados de la tribu de los Zenetes, que constituían la guardia del palacio del Rey Badis, conservando este recuerdo el barrio y calle principal de él. Llamados Zenete, donde, en 1517, se construyó un aljibe, conocido por aljibe de Cuevas.

Volviendo a la plaza de San Miguel y siguiendo por la inmediata calle de los Oidores -llamada así porque en ella estuvo la primitiva Chancillería de Granada y en ella siguieron viviendo muchos de sus ministros u Oidores- se llegaría hasta la desaparecida Casa de las Monjas. Al final de la calle de los Oidores estuvo la Casa de los Toribios, del siglo XVI y derribada en el segundo decenio del siglo XX, edificándose de nuevo sobre su solar, en el que quedaban restos de un pequeño baño hispanomusulmán.

Alminar de San José, el
único conservado en España
antes de la época almorávide

Más cerca de la calle Elvira se encuentra la iglesia de San José conocido por el antiguo alminar hispanomusulmán (el único conocido en España anterior a la época almorávide). En el número 5 de la calle de Bravo, había cuatro columnas del siglo IX -quizás traídas de Córdoba- con interesantes capiteles que se conservan en el Museo Nacional de Arte Hispano-Musulmán de laAlhambra. Esta casa tuvo en su sala baja restos de una portada andalusí con ornamentación de finales del siglo XIII o comienzos del XIV. También en el número 5 de la calle de Babolé hay otros restos ojivales y moriscos, un techo mudéjar y zapatas y balaustres del renacimiento. Muy cerca, en esta plaza de San José, en el número 3, vivió y murió en 1918 el arqueólogo y pintor granadino Don Manuel Gómez-Moreno González.

Descendiendo por la cuesta de San Gregorio, al final de una de sus afluentes, está la placeta de Porras en la que se encuentra la Casa de los Porras, con una bella portada plateresca y que se desarrolla en torno a un bello patio con balaustrada de madera. En la galería de la primera planta son interesantes algunas de sus puertas y postigos.

Casa de Porras, edificio
renacentista del Albaicín

Puerta del Carmen
de los Cipreses


Inmediata a esta casa se encuentra el Carmen de los Cipreses y en la misma cuestra de San Gregorio, cerca de la portería del Convento se encontraba otra de las puertas de la Alcazaba Qadima o Qasba al-Qadima, la Puerta de los Esteros, Bib al-Hassarin, conocida con el nombre de “arquillos de la Alcazaba”. Desde ella, bajaba la muralla, por la izquierda, hasta la calle de San Juan de los Reyes continuando a la plaza de este nombre y, por la derecha, subía por la cuesta del Perro y Cruz de Quirós a las vistillas de San Miguel, para enlazar con la Bib al-Asad o Puerta de León.

Calle de San Juan de los Reyes en el Albaicín 

Por último, la iglesia de San Gregorio Bético que ocupa el lugar donde, según la tradición, se enterraba a los cristianos en tiempos andalusíes y donde existía una mazmorra en la que fueron sepultados muchos mártires como los Santos Juan y Pedro, de la Orden de Menores, quienes, desde la Alhambra, fueron arrastrados hasta aquí atados a las colas de unos caballos por predicar el Evangelio. Los Reyes Católicos mandaron alzar en este sitio una Ermita, dedicada a San Gregorio, Obispo de Ilíberis, de la que era gran devoto el Arzobispo Talavera.

Vista de la cuesta de
la Calderería Vieja
desde la puerta de
la iglesia de San
Gregorio Bético


A partir de la iglesia de San Gregorio Bético, la cuesta de San Gregorio toma el nombre de Calderería que desemboca en la calle Elvira y por la izquierda, otra pequeña cuesta, la Calderería vieja, conduce a la placeta de San Gil, antigua de al-Hattabin o de los Leñadores, que enlaza con Plaza Nueva concluyendo el recorrido por el Barrio del Albaicín.

Cuando los Reyes Católicos firmaron las Capitulaciones, estipularon que les sería entregada "la ciudad de Granada y el Albaicín", lo que da testimonio de su gran importancia. Cuando el Reino nazarí de Granada capituló en el año 1492, el Albaicín contaba con unos 40.000 habitantes. Después de la conquista cristiana debió crecer su población, pues a él se acogieron los moros bautizados o moriscos, agrupados en Morería que fue reducto defensivo contra las imposiciones de los conquistadores, en el que frecuentemente estallaron levantamientos, como ocurrió en 1499 y, más tarde, en 1568, al iniciarse la famosa rebelión que terminó con la deportación de los vencidos a tierras de Castilla.

Calles estrechas, fachadas sin ventanas, casas que miran al
interior del patio o cobertizos como la imagen caracterizaban
el arrabal del Albaicín de la Granada islámica
Fue entonces cuando comenzó su decadencia, pues sus vecinos más destacados cruzaron el Estrecho y, entonces también, empezó el declive de sus actividades industriales, que habían hecho famosos los tintes, sedas, telas, etc de Granada, que en el Albaicín tuvieron su más brillante foco de producción, continuada por los cristianos, que injertaron en ella un espíritu nuevo, aunque sin alcanzar a ser lo que fueron en tiempo nazarí. Célebres eran los terciopelos de Granada y el más celebrado el carmesí, al que alude Lope de Vega en su obra "Santiago el verde" poniendo estos versos: "...Para vos me dio Granada el más fino carmesí...". Otros autores encomian los colores de Granada, aludiendo a los de sus tejidos, siendo también famosa la tintorería por la producción de papeles de arrebol, a los que llamaban "salud de Granada". En el entremés cervantino "Don Justino y Calahorra" dice Matanga:
"Clara, más clara que del claro Oriente
el alba, cuando sale enjabelgada
de color de papeles de Granada
y llena del gran Turco barba y frente..."
El Albaicín conserva en su conjunto, y con relativa pureza, su aspecto típico original, y su disposición urbana puede decirse que es la misma que presentaba en los tiempos moriscos, cuyo recuerdo guardan en su distribución interior gran parte de sus casas, conservando bastante de ellas restos de las decoraciones de aquel arte. En estas modestas construcciones, encerradas en estrechas callejas, de escasa elevación y tras cuyos tapiales asoman los frutales de sus huertos, el arte de vencedores y vencidos se mezcla y funde.

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